Novelas de Voltaire Tomo Primero by Voltaire

Produced by Juliet Sutherland, Melville L. King and PG Distributed Proofreaders COMO ANDA EL MUNDO, VISION DE BABUCO, ESCRITA POR …L PROPIO. Entre los genios que · los imperios del mundo presiden, ocupa Ituriel uno de los primeros puestos, y tiene · su cargo el departamento de la alta Asia. BaxÛ una maÒana · la
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Produced by Juliet Sutherland, Melville L. King and PG Distributed Proofreaders

COMO ANDA EL MUNDO, VISION DE BABUCO,

ESCRITA POR …L PROPIO.

Entre los genios que · los imperios del mundo presiden, ocupa Ituriel uno de los primeros puestos, y tiene · su cargo el departamento de la alta Asia. BaxÛ una maÒana · la mansion del Escita Babuco, · orillas del OxÙ, y le dixo asÌ: Babuco, los Persas han incurrido en nuestro enojo por sus excesos y sus desvarÌos, y ayer se celebrÛ una junta de genios de la alta Asia para decidir si habian de castigar Û destruir · Persepolis. Vete · este pueblo, examÌnalo todo; me dar·s cuenta, y por tu informe determinarÈ si he de castigar Û exterminar la ciudad. Yo, seÒor, respondiÛ humildemente Babuco, ni he estado nunca en Persia, ni conozco en todo aquel imperio · ninguno. Mas vale asÌ, dixo el ·ngel, que no ser·s parcial. Del cielo recibiste sagacidad, y yo aÒado el don de inspirar confianza: ve, mira, escucha, observa, y nada temas, que en todas partes ser·s bien visto.

MontÛ pues Babuco en su camello, y se marchÛ con sus sirvientes. Al cabo de algunas jornadas, encontrÛ en los valles de Senaar el exÈrcito persa que iba · pelear con el exÈrcito indio; y dirigiÈndose · un soldado que hallÛ en un parage remoto, le preguntÛ qual era el motivo de la guerra. Por los Dioses celestiales, que no lo sÈ, dixo el soldado, ni me importa; mi oficio es matar Û que me maten para ganar mi vida: servir aquÌ Û allÌ, es para mÌ todo uno; y aun puede ser que me pase maÒana al campo de los Indios, que dicen que dan · los soldados cerca de media-dracma de cobre al dia mas que en este maldito servicio de Persia. Si quereis saber porque pelean, hablad con mi capitan. Babuco, despues de haber hecho un regalejo al soldado, entrÛ en el campo, y habiendo hecho conocimiento con el capitan le preguntÛ el motivo de la guerra. øCÛmo quereis que lo sepa yo? øy quÈ me importa, sea el que quiera? Yo resido · doscientas leguas de distancia de Persepolis; me dicen que se ha declarado la guerra, y al punto dexo mi familia, y, como es costumbre, voy · buscar fortuna Û la muerte, porque no tengo otra cosa que hacer. øY vuestros camaradas, dixo Babuco, no estan tampoco mas instruidos que vos? No, dixo el oficial: solamente nuestros principales s·trapas son los que · punto fixo saben porque nos degollamos.

AtÛnito Babuco se introduxo con los generales, y se insinuÛ en su familiaridad. Al fin le dixo uno de ellos: La causa de la guerra que asuela veinte aÒos ha el Asia, procede en su orÌgen de una contienda de un eunuco de una de las mugeres del gran rey de Persia, con un oficinista del gran rey de las Indias. Trat·base de un derecho que producia con corta diferencia un triÈsimo de darico; y como tanto el primer ministro de Indias como el nuestio sustent·ron con dignidad los derechos de su amo respectivo, se inflam·ron los ·nimos, y saliÈron · campaÒa de cada parte un millon de soldados. Cada aÒo es necesario reclutar estos exÈrcitos con quatrocientos mil hombres. Crecen las muertes, los incendios, las ruinas y las talas; padece el universo, y sigue la enemiga. Nuestro ministro y el de Indias protestan con mucha freq¸encia que no les mueve otra cosa que la felicidad del linage humano; y · cada protesta se destruye alguna ciudad, Û se asuelan algunas provincias.

HabiÈndose al otro dia esparcido la voz de que se iba · firmar la paz, dieron el general indio y el persa · toda priesa la batalla, que fue sangrienta. ViÛ Babuco todos los yerros y todas las abominaciones que se cometiÈron, y fuÈ testigo de las maquinaciones de los principales s·trapas, que hiciÈron quanto estuvo en su mano para que la perdiera su general: viÛ oficiales muertos por su propia tropa; viÛ soldados que acababan de matar · sus moribundos camaradas, por quitarles algunos andrajos ensangrentados, rotos y cubiertos de inmundicia; entrÛ en los hospitales adonde llevaban · los heridos, que perecÌan casi todos por la inhumana negligencia de los mismos que pagaba · peso de oro el rey de Persia para que los socorriesen. øSon hombres estos, exclamaba Babuco, Û son fieras? Ha, bien veo que ha de ser destruida Persepolis.

Preocupado con esta idea pasÛ al campo de los Indios, donde, conforme · lo que se le habia pronosticado, le recibiÈron con tanto agasajo como en el de los Persas, y donde presenciÛ los mismos excesos que le habian llenado de horror. Ha, ha, dixo para sÌ, si quiere el ·ngel Ituriel exterminar · los Persas, tambiÈn tiene que exterminar · los Indios el ·ngel de las Indias. HabiÈndose informado luego mas menudamente de quanto en ambos exÈrcitos habia sucedido, supo acciones magn·nimas, generosas y humanas, que le pasm·ron y le embeles·ron. Inexplicables mortales, exclamÛ, øcÛmo podÈis juntar con tanta torpeza tanta elevacion, y tantas virtudes con tantos delitos?

DeclarÛse en breve la paz, y los caudillos de ambos exÈrcitos, que por solo su interes habian hecho verter la sangre de tantos semejantes suyos, se fuÈron · solicitar el premio · su corte respectiva, puesto que ninguno habia ganado la victoria. CelebrÛse la paz en escritos p˙blicos que anunciaban el reyno de la virtud y de la felicidad en la tierra. Loado sea Dios, dixo Babuco; Persepolis va · ser la mansion de la mas acendrada inocencia, y no ser· destruida, como querian aquellos malditos genios: vamos sin mas tardanza · ver esta capital del Asia.

LlegÛ · esta inmensa ciudad por la antigua entrada, aun sumida en la barbarie, y que inspiraba asco por su rudo desaliÒo. SentÌase toda esta porcion del pueblo del tiempo en que se habia edificado; que hemos de confesar, sea qual fuere el empeÒo de ex‚ltar lo antiguo · costa de lo moderno, que en todas cosas las primeras pruebas siempre son toscas.

MetiÛse Babuco entre una muchedumbre de gentÌo compuesto de quanto mas puerco y mas feo en ·mbos sexÙs pueda hallarse, la qual entraba · toda priesa en un obscuro y tenebroso recinto. El continuo zumbido, el movimiento que notaba, y el dinero que en un platillo algunas personas echaban, le diÛ · entender que estaba en un p˙blico mercado; pero quando viÛ que muchas mugeres se hincaban de rodillas, mirando al parecer · lo que tenian enfrente, y en realidad · los hombres de lado, echÛ de ver que se hallaba en un templo. Unas voces ·speras, carrasqueÒas, desentonadas y gangosas hacian que en mal articulados sonidos la bÛveda resonara, parecidas · la voz de los animales cerdudos que en las llanuras de la Mancha responden al corvo y agudo instrumento que los llama. Tap·base los oÌdos; mas tuvo luego que taparse ojos y narices, quando viÛ que entraban en el templo unos zafios con palas y azadones. Levantaron estos una ancha piedra; tir·ron · mano derecha y · mano izquierda una tierra que exhalaba un hedor intolerable; pusieron luego un muerto en el hueco que habÌan hecho, y volviÈron · sentar la piedra. °Con que entierran estas gentes, exclamÛ Babuco, · sus muertos en los sitios mismos donde adoran la divinidad! °con que estan empedrados con cad·veres sus templos! Ya no me espanto de las pestilenciales dolencias que con tanta freq¸encia afligen · Persepolis; capaz es de envenenar todo el globo terraq¸eo la podredumbre de tantos muertos y de tantos vivos apeÒuscados en un mismo sitio. °Ha, quÈ sucio pueblo es Persepolis! Sin duda que la quieren destruir los ·ngeles, para edificar otra Ciudad mas hermosa, y poblarla de gentes mas aseadas, y que mejor canten: la Providencia sabe lo que se hace; no nos metamos en quitarle su idea.

Acerc·base ya el sol · la mitad de su carrera, y tenia Babuco que ir · comer al otro extremo del pueblo, · casa de una dama para quien le habia dado carta de recomendacion su marido que era oficial en el exÈrcito. Anduvo por mil y mil calles de Persepolis; viÛ otros templos mas bien adornados, adonde concurria gente mas culta, y donde se oÌa una harmÛnica m˙sica; reparÛ en fuentes p˙blicas, que aunque defectuosas hacian maravilloso efecto; viÛ frescas y amenas calles de ·rboles, jardines donde se respiraban los mas exquisitos olores, y se vÌan reunidas plantas de los mas remotos pueblos. MaravillÛse al ver magnÌficos puentes, puesto que estaban destinados · pasar un arroyuelo que sin mojarse los piÈs se vadea las quatro quintas partes del aÒo; pasÛ por calles anchas y magnÌficas, llenas de palacios · una y otra acera, y entrÛ por fin en casa de la dama que con una sociedad de personas decentes le esperaba · comer. Estaba su casa limpia y bien adornada; la seÒora era moza, hermosa, discreta y cortÈs, y la sociedad amable; y decia Babuco entre sÌ: Sin duda que habia perdido el juicio el ·ngel Ituriel, quando queria destruir una ciudad tan cumplida. Mas advirtiÛ muy breve que la seÒora, que al principio le habia pedido amorosamente nuevas de su marido, al fin de la comida hablaba mas amorosamente · un mago mozo. Luego viÛ que un magistrado delante de su propia muger hacia mil halagos · una viuda, la qual estrechaba con una mano el cuello del magistrado, y daba la otra · un mozo muy lindo y modesto. La primera que se levantÛ de la mesa fuÈ la muger del magistrado, que se encerrÛ en un gabinete inmediato para conferenciar con su director de almas, hombre eloq¸entÌsimo, que con tal energÌa hubo de discurrir con ella, que volviÛ abochornado el rostro, humedecidos los ojos, la voz trÈmula, y los pasos vacilantes.

Babuco entÛnces se empezÛ · rezelar de que tenia razon el genio Ituriel. Con el dote que tenia de grangearse la confianza, supo aquel dia mismo los secretos de la dama, la qual le fiÛ su cariÒo al mago mozo, asegur·ndole que en todas las casas de Persepolis encontraria lo mismo que en la suya habia visto. InfiriÛ Babuco que no podia durar semejante sociedad; que todas las casas habian de estar asoladas por zelos, venganzas y rencillas; que sin cesar habian de verterse l·grimas y sangre; que infaliblemente habian de matar los maridos · los cortejos de sus mugeres, Û de ser muertos por ellos; finalmente que hacia Ituriel muy bien en destruir de una vez un pueblo abandonado · horrendos desÛrdenes.

FuÈse despues de comer · uno de los mas soberbios templos de la ciudad, y se sentÛ en medio de una muchedumbre de hombres y mugeres que habian ido allÌ · matar el tiempo. SubiÛ un mago · una m·quina alta, y discurriÛ largo tiempo acerca del vicio y la virtud; y habiendo dividido en varias partes lo que no era menester dividir, probÛ metÛdicamente las cosas mas claras, enseÒÛ lo que sabia todo el mundo, se exaltÛ sin motivo, y saliÛ sudando y sin respiracion. DespertÛse entonces la gente, y creyÛ que habia asistido · una instruccion. Babuco dixo: Este buen hombre ha hecho quanto ha podido por fastidiar · doscientos Û trescientos conciudadanos suyos; pero su intencion era buena, y esto no es motivo para destruir · Persepolis.

Llev·ronle, al salir de esta asamblea, · que viera una fiesta p˙blica que se celebraba todos los dias del aÒo en una especie de basÌlica, en cuya parte interior se vÌa un palacio. Formaban tan hermoso espect·culo las ciudadanas mas hermosas de Persepolis, y los principales s·trapas colocados en Ûrden, que al principio creyÛ Babuco que se reducia · esto la fiesta. En breve se dex·ron ver en el vestÌbulo de este palacio dos Û tres personas que parecian reyes y reynas; su idioma era muy distinto del que estilaba el vulgo, y tenia ritmo, harmonÌa y sublimidad. No se dormia nadie, que todos en alto silencio escuchaban, y si le interrumpian, era para dar pruebas de admiracion y ternura general; y con tan vivos y bien sentidos tÈrminos se hablaba de las obligaciones de los reyes, del amor de la virtud, y de los riesgos de las pasiones, que arranc·ron l·grimas · Babuco: el qual no dudÛ que fuesen los predicadores del imperio aquellos hÈroes y heroinas y aquellos reyes y reynas que acababa de oir, y hasta hizo propÛsito de persuadir · Ituriel que los viniese · escuchar, cierto de que semejante espect·culo le reconciliaria con Persepolis para siempre.

Concluida la fiesta, quiso visitar · la reyna principal que en aquel hermoso palacio habia anunciado tan sublime y acendrada moral. Hizo que le introduxeran en casa de su magestad; y le llev·ron por una mala escalerilla · un segundo piso, donde hallÛ en un aposento pobremente alhajado una muger mal vestida, que con noble y patÈtico ademan le dixo: Mi oficio no me da para vivir; uno de los prÌncipes que habeis visto me ha hecho un hijo: estoy para parir: no tengo dinero, y sin dinero todo parto es un mal parto. Babuco le diÛ cien daricos de oro, diciendo: Si no hubiera cosas peores en la ciudad, poco motivo tuviera Ituriel para estar tan enojado.

FuÈ de allÌ · pasar la tarde · las tiendas de mercaderes de magnificencias superfluas. LlevÛle un sugeto inteligente que se habia hecho amigo suyo, comprÛ lo que hallÛ de su gusto, y con muchas cortesÌas se lo vendiÈron mucho mas caro de lo que valia. Quando hubo vuelto · casa, le hizo ver su amigo que le habian estafado; y apuntÛ Babuco en su libro de memoria el nombre del mercader, para que el dia del castigo de la ciudad no le echara Ituriel en olvido. Estando escribiendo, llam·ron · la puerta, y entrÛ el mercader que le traÌa · Babuco su bolsillo que se habia dexado olvidado encima del mostrador. øCÛmo es posible, dixo Babuco, que seais tan generoso y escrupuloso, despues de haber tenido cara para venderme vuestras buxerÌas quatro tanto mas de lo que valen? No hay en toda la ciudad, le respondiÛ el mercader, negociante ninguno algo conocido, que no hubiese venido · traeros el bolsillo; mas quando os han dicho que os he vendido lo que en mi tienda habeis comprado el quadruplo de su valor, os han engaÒado, porque os lo he vendido diez veces mas de lo que ello vale; y esto es tan cierto, que si dentro de un mes os quereis deshacer de ello, no os dar·n ni el diezmo: y no hay empero cosa mas conforme · razon, porque siendo el antojo de los hombres lo que da valor · estas fruslerÌas, ese mismo antojo da de comer · cien obreros que empleo yo, y · mÌ me da una casa bien puesta, un buen coche, y buenos caballos. Este antojo es quien vivifica la industria, y mantiene el fino gusto, la circulacion y la abundancia. A las naciones comarcanas les vendo mucho mas caras que · vos esas mismas frioleras, y de este modo sirvo con provecho al imperio. ParÛse Babuco pensativo un, rato, y le borrÛ luego de su libro.

No sabiendo que pensar de Persepolis, se determinÛ · visitar · los magos y · los literatos, lisonje·ndose de que alcanzarian estos el perdon de todo lo restante del pueblo, porque unos se aplican · la sabidurÌa, y · la religion los otros. La maÒana siguiente fuÈ · visitar un colegio de magos, y le confesÛ el archimandrita que tenia trescientos mil escudos de renta por haber hecho voto de pobreza, y que exercia una vasta jurisdiccion en virtud de otro voto de humildad. Dicho esto, dexÛ · Babuco en manos de un aprendiz de mago, para que le obsequiase.

EnseÒ·bale este las preciosidades de esta casa de penitencia, quando se esparciÛ la voz de que traÌa comision de hacer reformas. Al punto le diÈron memoriales de cada una, que todos en sustancia venian · decir: _Conservadnos · nosotros, y suprimid todos los demas_. Si daba crÈdito · sus propias apologÌas, todas estas congregaciones eran necesarias; si atendia · sus recÌprocas acusaciones, todas merecian ser destruidas. Pasm·base Babuco de que no hubiese ninguna que, por edificar al universo, no quisiese ser ·rbitro de Èl. PresentÛsele entÛnces un hombrecillo que era semi-mago, el qual le dixo: La grande obra se va · cumplir, y Zerdust ha vuelto · la tierra; por tanto os rogamos que nos ampareis contra el Gran Lama. øCon que contra el pontÌfice monarca, respondiÛ Babuco, que reside en el Tibet?–Contra ese mismo.–øPues quÈ? le hacÈis guerra, y alistais contra Èl un exÈrcito?–No es eso; pero dice que el hombre es libre, y nosotros no lo creemos: escribimos contra Èl libracos que no lee; y apÈnas si nos ha oido mentar, puesto que nos acaba de condenar, como un propietario que manda extirpar las orugas de su huerto. AsombrÛse Babuco de la locura de hombres que profesan la sabidurÌa, de las maraÒas de los que habian renunciado del mundo, de la ambicion y altiva codicia de los que predicaban humildad y desinteres; y coligiÛ que sobraban razones valederas · Ituriel para destruir toda esta raza.

RetirÛse · su casa, mandÛ que le compraran libros nuevos para calmar su enfado, y convidÛ · comer · varios literatos para su recreo. Lleg·ron mas del doble de los que habia llamado, como acuden las avispas · la miel. No se daban vado estos gorreros · hablar y · engullir, y elogiaban dos clases de hombres, los muertos y ellos propios, mas nunca · sus coet·neos, exceptuando el amo de casa. Si decia uno un dicho agudo, baxaban los demas los ojos, y se mordian la lengua de sentimiento de no ser ellos los autores. Eran mÈnos cautelosos que los magos porque no aspiraba su ambicion · tan altos objetos, solicitando cada uno un empleo de sirviente y la reputacion de grande hombre. DecÌanse en su cara denuestos, que se les figuraban agudos epigramas. HabÌaseles traslucido algo de la comision de Babuco, y uno de ellos en voz baxa le suplicÛ que exterminase · un autor que no le habia dado suficientes elogios; otro lo pidiÛ la pÈrdida de un ciudadano que en sus comedias nunca se reÌa; y otro la extincion de la academia, porque jamas habia podido conseguir ser su individuo. Acabada la comida, se fueron solos todos, porque en toda esta caterva no habia dos que se pudieran sufrir, ni se hablaban mas que en las casas de los ricos que · su mesa los convidaban. CreyÛ Babuco que poquÌsimo se perdia con que pereciese toda esta landre en la general destruccion.

ApÈnas se zafÛ de ellos, se puso · leer algunos de los libros que acababan de publicarse, y advirtiÛ en ellos el car·cter de sus convidados. Indign·ronle mas que todo las gacetillas de calumnias, y los archivos de mal gusto dictados por la envidia, la hambre y la torpeza; viles s·tiras que respetan los buytres y despedazan las palomas; novelas faltas de imaginacion, donde se ven mil retratos ideales de sugetos que sus autores no conocen. TirÛ al fuego todos estos detestables escritos, y saliÛ aquella tarde de casa, para ir al paseo. Present·ronle · un literato anciano que no habia venido · aumentar el n˙mero de sus pegotes. Esquivaba este la muchedumbre, conocia · los hombres, sabia servirse de ellos, y se explicaba con cordura. HablÛle Babuco con mucho sentimiento de quanto habia visto y leido. Cosas muy despreciables habeis leido, le dixo el cuerdo letrado; pero en todos tiempos y en todo pais es muy comun lo malo, y rarÌsimo lo bueno. Habeis dado acogida en vuestra mesa · las heces de la pedanterÌa, porque en toda profesion lo que siempre se presenta con mas descaro es lo que mÈnos merece salir · la plaza. Viven unos con otros, sosegados y en el retiro, los verdaderos sabios, y aun no nos faltan libros y autores que son acreedores · vuestra atencion. MiÈntras que estaba hablando, llegÛ otro literato, y fuÈron sus razonamientos tan instructivos y agradables, tan superiores · las preocupaciones, y tan conformes con la virtud, que confesÛ Babuco que nunca habia oido semejante cosa. Hombres son estos, decia para sÌ, · quien no se atrever· el ·ngel Ituriel · hacer mal, · mÈnos que sea muy despiadado.

No conservaba mÈnos enojo contra lo demas de la nacion, puesto que se habia reconciliado con los literatos. Sois un extrangero, le dixo el hombre juicioso que le hablaba, y se os presentan de tropel los abusos, miÈntras que se os esconde el bien oculto, y que no pocas veces de estos mismos abusos resulta. Supo entÛnces que habia entre los literatos muchos que no eran envidiosos, y hasta entre los magos algunos que eran virtuosos. Al fin entendiÛ que estos grandes cuerpos, que con sus choques preparaban al parecer su ruina com˙n, eran en la realidad fundaciones provechosas; que cada asociacion de magos era un freno para sus Èmulas; que si · veces estas diferian de opinion, todas enseÒaban una moral misma; que instruÌan el pueblo, y sujetas · las leyes: semejantes · los preceptores que zelan los hijos de casa, miÈntras que · ellos los zela el amo. TratÛ · muchos, y encontrÛ entre ellos almas celestiales; y supo que entre aquellos mismos locos que querian poner guerra al Gran Lama, habia varones eminentes. SospechÛ al cabo que podian ser lo mismo las costumbres de Persepolis que sus edificios, que unos le habian parecido dignos de l·stima, y otros le habian sobrecogido en admiracion.

Dixo un dia al literato: Ahora conozco que los magos, que por tan peligrosos habia tenido, pueden ser muy provechosos, especialmente quando un prudente gobierno estorba que se grangeen sobrado influxo: øpero quÈ utilidades, pueden resultar de las colosales riquezas de los asentistas y agentes del fisco? Aquel mismo dia viÛ que la opulencia de estos, que tanto le habia repugnado, producia · veces mucho fruto, porque habiendo necesitado dinero el soberano, hallÛ en una hora por su medio lo que por las vias ordinarias no hubiera en seis meses encontrado; y se convenciÛ de que estas pardas nubes, alimentadas con el rocÌo de la tierra, le restituÌan en lluvias lo que de ellas recibian: aparte de que los hijos de estos hombres nuevos, por lo comun mas bien educados que los de las mas antiguas familias, valian mucho mas que estos; porque tener por padre un buen calculador no quita que sea uno juez recto, valiente soldado, Û h·bil estadista.

Poco · poco perdonaba Babuco la codicia del asentista, que en la realidad no es ni mas ni mÈnos codicioso que los demas, y que es indispensable; disculpaba la locura de disipar su caudal por hacer la guerra, que era orÌgen de tantas bÈlicas proezas; y perdonaba los zelos de los literatos, entre quienes se hallaban sugetos que ilustraban el mundo: se reconciliaba con los magos ambiciosos y tramoyistas, que con pequeÒos vicios juntaban grandes virtudes; puesto que le quedaban no pocos escr˙pulos, especialmente sobre los galanteos de las damas, y las horrendas conseq¸encias que infaliblemente habian de producir, y que le llenaban de horror y sustos.

Queriendo ex‚minar todos los estados, hizo que le llevaran · casa de un ministro, y en el camino iba temblando de ver alguna muger asesinada por su marido en presencia suya. LlegÛ · la antesala del hombre de estado, y estuvo dos horas aguardando · que dixeran que estaba allÌ, y otras dos despues que lo hubiÈron dicho, haciendo en este tiempo firmÌsimo propÛsito de recomendar al ministro y sus insolentes concierges al enojo del ·ngel Ituriel. Estaba la antesala atestada de damas de todas clases, de magos de todos colores, de jueces, mercaderes, oficiales y pedantes, que todos estaban quejosos del ministro. Decian el avariento y el logrero: No hay duda de que roba este hombre las provincias; afeaba sus rarezas el extravagante; decia el sensual que solo con sus gustos tenia cuenta; y esperaban las mugeres que en breve le sustituiria otro ministro mas mozo.

OÌa Babuco todas estas razones, y no pudo mÈnos de decir: °QuÈ hombre tan dichoso es este! Todos sus enemigos los tiene en su antesala; su potencia abruma · sus envidiosos, y mira · sus plantas · quantos le detestan. Al fin entrÛ en su gabinete, y viÛ · un viejecito agobiado de aÒos y quehaceres, pero vivo todavia, y muy inteligente. GustÛle Babuco, y · Babuco le pareciÛ un sugeto muy digno de estimacion. Fue muy interesante la conferencia: el ministro le confesÛ que era el hombre mas desgraciado; que le tenian por rico, y era pobre; que le creÌan omnipotente, y para todo encontraba impedimentos; que todos sus beneficios habian sido pagados con ingratitudes, y que en quarenta aÒos de continuas faenas habia tenido apÈnas un rato de satisfaccion. EnterneciÛse Babuco, y dixo entre sÌ que si habia cometido algunos yerros este hombre, y por ellos le queria castigar el ·ngel Ituriel, bastaba con dexarle su cargo, sin exterminarle.

Estaba razonando con el ministro, quando entrÛ desatentada la hermosa dama en cuya casa habia comido Babuco, manifestando su rostro y sus ojos los sÌntomas del dolor y el enojo. ProrumpiÛ en amargas quejas contra el hombre de estado; vertiÛ l·grimas; se lamentÛ amargamente de que hubieran negado · su marido un cargo · que podia aspirar por su cuna, y de que le hacian acreedor sus heridas y servicios; y hablÛ con tanta energÌa, se quejÛ con tal gracia, desvaneciÛ con tal maÒa los reparos, con tal eloq¸encia esforzÛ sus razones, que no saliÛ del gabinete hasta haber conseguido la fortuna de su marido.

SaliÛ Babuco d·ndole la mano, y le dixo: øEs posible, seÒora, que os hayais tomado tanto trabajo por un hombre que no quereis, y que tanto teneis por que temer? øCÛmo es eso que no le quiero? replicÛ la dama: sabed que mi marido es el mejor amigo que tengo en este mundo, y que sacrificarÈ por Èl todo quanto tengo, como no sea mi amante; lo mismo que hiciera Èl, mÈnos sacrificar · su querida. Quiero que la conozcais, que es una muy linda seÒora, muy discreta, y de excelente genio; esta noche cenamos juntos con mi marido y mi amiguito el mago: venid · participar nuestro gusto.

LlevÛse la dama consigo · Babuco, y el marido que estaba sumido en el mas hondo dolor recibiÛ · su muger con raptos de gratitud y alborozo, dando mil abrazos · su muger, · su dama, al mago, y · Babuco. El banquete le anim·ron el contento, las gracias y los donayres. Sabed, le dixo la hermosa dama con quien cenaba, que las que · veces califican de mugeres sin honra casi siempre poseen las virtudes de un hombre honrado; y en prueba de ello, venid maÒana · comer conmigo en casa de la hermosa Teone. Algunas vestales viejas murmuran de ella, pero mas obras de beneficencia hace ella sola que todas juntas las que la muerden; no cometiera la mas leve injusticia por todos los intereses del mundo; · su amante le da siempre consejos generosos; solo su gloria la ocupa, y se sonrojaria Èl si en su presencia malograra una sola ocasion de obrar bien; porque no hay mayor estÌmulo para virtuosas acciones, que tener por juez y testigo de su conducta una amada cuyo aprecio anhela uno · merecer.

No faltÛ Babuco · la cita, y viÛ una casa que era el emporio de los placeres. En ellos reynaba Teone; con cada uno hablaba el idioma que entendia: su natural entendimiento dexaba explayarse el de los demas; agradaba casi sin querer; tan amable era como benÈfica; y para dar mas lustre · todas sus dotes, era muy hermosa.

ConociÛ Babuco, puesto que era Escita y enviado por un genio, que si se detenia mas tiempo en Persepolis, le haria Teone olvidarse de Ituriel. Cogia cariÒo · la ciudad cuyos vecinos eran afables, corteses y benÈficos, aunque murmuradores, insustanciales y vanidosos. Temia ya que fuese condenada Persepolis, y hasta temia la cuenta que · dar iba. AsÌ para darla hizo lo siguiente: mandÛ al mejor estatuario del pueblo, que le fundiera una estatua pequeÒa, compuesta de todos metales, y de las tierras y piedras mas preciosas y mas viles; y se la llevÛ · Ituriel. øHarÈis pedazos, le dixo, esta linda estatua, porque no es toda ella de oro y diamantes? ComprendiÛ Ituriel el emblema, y se determinÛ · no tratar ni siquiera de enmendar · Persepolis, y dexar que anduviera el mundo como anda, diciendo: _Si no todo es bueno, · lo mÈnos todo es tolerable_. SubsistiÛ pues Persepolis; y Babuco estuvo muy distante de quejarse, como hizo Jonas que se enfadÛ porque no fuÈ destruida Ninive. Verdad es que quien ha pasado tres dias en el vientre de una ballena, no gasta tan buen humor como el que ha estado en la Ûpera, en la comedia, y ha cenado con gente de fino trato.

_Fin de la vision de Babuco_.

* * * * *

MEMNON,

Û LA CORDURA HUMANA.

PusÛsele en la cabeza · Memnon un dia la desatinada idea de ser completamente cuerdo: que pocos hombres hay · quien no haya pasado por la cabeza semejante locura. Memnon discurria asÌ: Para ser muy cuerdo, y · conseq¸encia muy feliz, basta con no dexarse arrastrar de las pasiones: cosa muy f·cil, como nadie ignora. Lo primero, nunca he de querer · muger ninguna, y en viendo una beldad acabada dirÈ en mi interior: Un dia se ha de arrugar ese semblante; ese turgente y redondo pecho se ha de tornar fofo y lacio; esa tan bien poblada cabeza ha de quedarse calva: y me basta con mirarla desde ahora como la he de ver entÛnces, para que esa linda cabeza no me haga perder la mia.

Lo segundo, siempre serÈ sobrio, por mas que me tiente la golosina, los exquisitos vinos, y el incentivo de la sociedad. Me figurarÈ las resultas de la glotonerÌa, la cabeza cargada, el estÛmago descompuesto, perdida la razon, la salud y el tiempo; y asÌ solo comerÈ lo que necesite, disfrutarÈ sana salud, y tendrÈ siempre claras y luminosas las ideas. Cosa es esta tan f·cil, que no es meritorio salirse con ella.

Luego, continuaba Memnon, es necesario no descuidar su caudal: mis deseos son moderados; tengo mi dinero que me produce buenos rÈditos y con buenas fianzas en poder del tesorero general de Ninive, y me basta para vivir sin depender de nadie, que es la mayor fortuna, porque nunca me verÈ en la cruel precision de ir · besar manos de palaciegos; · nadie tendrÈ envidia, y de nadie serÈ envidiado: cosa no mÈnos f·cil. Amigos tengo, dixo en fin, y los conservarÈ, porque nunca les harÈ mal tercio; no se enfadar·n jamas conmigo, ni yo con ellos: tampoco en esto se ofrece dificultad.

Formado asÌ su planecico de moderacion dando paseos por su quarto, se asomÛ Memnon · la ventana, y viÛ dos seÒoras que iban por unas calles de pl·tanos, que inmediatas · su casa habia. Era vieja la una, y no la aquejaba al parecer nada; la otra era moza, linda, y tenia trazas de estar muy apesadumbrada: suspiraba, y lloraba, y eso mismo le daba mas gracia. MoviÛse mucho nuestro sabio, no con la beldad de la dama (porque estaba seguro de no rendirse · tal flaqueza), mas sÌ por el desconsuelo en que la vÌa. BaxÛ, y se acercÛ · la Ninivita jÛven, con ·nimo de darle prudentes consuelos. ContÛle esta hermosa con la mas ingenua y tierna expresion los perjuicios que le hacia un tio que no tenia, con que artificio la habia privado de un caudal que nunca habia poseido, y los temores que le causaban sus arrebatos. Vos me pareceis hombre discreto, le dixo, y si me hiciÈrais el favor de venir hasta mi casa, y ex‚minar mis asuntos, estoy cierta de que me sacarÌais del cruel apuro en que me veo. No tuvo reparo Memnon en acompaÒarla, para examinar con madurez sus asuntos, y darle buenos consejos.

LlevÛle la afligida seÒora · un retrete bien aromado, y le obligÛ con mucha cortesÌa · sentarse en un muelle sof·, donde estaban las piernas cruzadas uno enfrente de otro. Hablaba la dama con los ojos baxos; de quando en quando se le iban las l·grimas, y quando los levantaba, siempre topaba con las miradas del cuerdo Memnon. Eran sus razones cariÒosas en demasÌa, y mucho mas quando ·mbos se miraban. Memnon tomaba muy · pechos sus asuntos, y · cada instante crecia en Èl el anhelo de servir · tan hermosa y desdichada persona. Con el calor de la conversacion dex·ron poco · poco de encontrarse uno enfrente de otro, y de tener cruzadas las piernas, aconsej·ndola Memnon tan de cerca, y siendo tan cariÒosos sus consejos, que ni uno ni otro podian hablar de asuntos, ni sabian donde estaban.

Estando en esto, llega, como ya el lector se ha podido imaginar, el tÌo, el qual venia armado de punta en blanco; y lo primero que dixo fuÈ que iba · matar, como era justo, al sabio Memnon y · su sobrina; y lo ˙ltimo, que podria perdonarlos, si le daban mucho dinero. ViÛse precisado Memnon · darle quanto tenia, y gracias · que en aquellos venturosos tiempos no habia peores resultas que temer; que aun no estaba descubierta la AmÈrica, ni eran las hermosas damas afligidas tan peligrosas como ahora.

Confuso y desesperado Memnon se volviÛ · su casa, donde encontrÛ una esquela convid·ndole · comer con unos amigos Ìntimos. Si me quedo solo en casa, dixo, tendrÈ preocupado el ·nimo con mi triste aventura, no comerÈ, y caerÈ malo; mas vale hacer una frugal comida con mis amigos Ìntimos, y con su amena compaÒÌa olvidarme del disparate que esta maÒana he cometido. FuÈse al convite; y viendo que estaba algo triste, le oblig·ron · que bebiese para disipar su melancolÌa. El vino usado con moderacion es medicina para el ·nimo y para el cuerpo: asÌ pensaba el sabio Memnon, y se emborrachÛ. PropÛnenle jugar una mano de sobremesa: un juego, donde se atraviesa poco, es una inocente diversion. Juega, y le ganan quanto traÌa en el bolsillo, y quatro veces mas sobre su palabra. OrigÌnase una contienda sobre el juego, irrÌtanse los ·nimos, le tira uno de sus Ìntimos amigos · la cabeza un cubilete que le saca un ojo, y traen · casa al sabio Memnon borracho, sin dinero, y con un ojo mÈnos.

Habiendo dormido un poco el lobo, envia · su criado · casa del tesorero general de rentas de Ninive, · que le diera dinero para pagar · sus Ìntimos amigos; y le trae el criado la nueva de que aquella maÒana habia hecho una quiebra de mala fÈ su deudor, con la qual dexaba por puertas · cien familias. Despechado Memnon se va · palacio con un parche en el ojo y un memorial en la mano, pidiendo justicia al rey del fallido; y encuentra en una sala · muchas damas, todas como peonzas al reves, con elegantes tontillos de veinte piÈs de circunferencia, y batas de treinta de cola. Una que le conocia algo, dixo mir·ndole al soslayo: °Jesus, quÈ horror! Y otra que le conocia mas: Buenas tardes, seÒor Memnon; de veras, seÒor Memnon que me alegro mucho de veros: øcÛmo es que estais tuerto, seÒor Memnon? y dicho esto, se fuÈ sin aguardar respuesta. AgazapÛse Memnon en un rincon, esperando · poderse echar · los pies del monarca. LlegÛ su magestad, besÛ Memnon tres veces el suelo, y le diÛ su memorial, que tomÛ el soberano con mucha afabilidad, y se le alargÛ · uno de sus s·trapas, para que le diera cuenta. Llama el s·trapa · Memnon aparte, y le dice con tono de mofa y ademan de insulto: Donoso tuerto sois, pues os atreveis · dar al rey un memorial que no ha pasado por mi mano, y cometeis con eso el atentado de pedir justicia de un fallido muy honrado, que est· baxo mi amparo, y es sobrino de una doncella de servicio de mi querida. No deis mas paso en el asunto, si no quereis perder el ojo sano que os queda.

De esta suerte, habiendo Memnon renunciado por la maÒana de mozas, de comilonas, de juego, de contiendas, y sobretodo de palacio, ·ntes de anochecer habia sido engaÒado y estafado por una herniosa dama, se habia emborrachado, habia jugado, le habian sacado un ojo, y habia ido · palacio donde se habian reido de Èl.

Confuso, absorto, y rendido al peso de su sentimiento, se volvia medio muerto · su casa, y al ir · entrar, la encontrÛ llena de alguaciles y escribanos que cargaban con los muebles · nombre de sus acreedores. ParÛse casi sin sentido debaxo de un pl·tano, y se encuentra con la linda dama de aquella maÒana, que se andaba paseando con su amado tio, y que no se pudo tener de risa al ver · Memnon con su parche. CerrÛ la noche, y se acostÛ Memnon sobre un monton de paja, cerca de las paredes de su casa: entrÛle calentura, se aletargÛ con la fuerza de ella, y se le apareciÛ en sueÒos un espÌritu celestial; el qual era resplandeciente como el Sol, y tenia seis hermosas alas, pero sin piÈs, ni cabeza, ni cola, y no se parecia · cosa ninguna. øQuiÈn eres? le dixo Memnon. Tu genio bueno, le respondiÛ. Pues vuÈlveme, repuso Memnon, mi ojo, mi salud, mi caudal, mi cordura; y de seguida le contÛ de quÈ modo todo lo habia perdido aquel dia. Aventuras son esas, replicÛ el espÌritu, que nunca suceden en el mundo donde nosotros vivimos. øEn quÈ mundo vivis? le dixo el hombre afligido. Mi patria, respondiÛ el genio, dista quinientos millones de leguas del Sol, y es aquella estrellita junto · Sirio, que est·s viendo desde aquÌ. °Lindo pais! dixo Memnon. øCon que no teneis bribonas que engaÒan · los hombres de bien, ni amigos Ìntimos que les estafan su dinero y les sacan un ojo, ni deudores que quiebren, ni s·trapas que se rian de vosotros quando os niegan justicia? No, le dixo el morador de la estrella, nada de eso: no nos engaÒan las mugeres, porque no las hay; no hacemos excesos de glotonerÌa, porque no comemos; ni hay deudores que quiebren, porque no tenemos plata ni oro; no nos pueden sacar los ojos, porque no se parece nuestro cuerpo al vuestro; ni los s·trapas cometen injusticias, porque todos somos iguales.

DÌxole entÛnces Memnon: SeÒor ilustrÌsimo, øsin mozas y sin comer, en quÈ pasais el tiempo? En cuidar, dixo el genio, de los demas globos que estan · nuestro cargo, y yo soy venido · consolarte. °Ay! replicÛ Memnon, øporquÈ no habÈis venido la noche pasada, y me hubiÈrais estorbado hacer tanto disparate? Porque estaba con Asan, tu hermano mayor, le dixo el morador de los cielos, el qual es mas desventurado que t˙, habiendo su magestad el clemente rey de las Indias, en cuyo palacio tiene la honra de estar empleado, mand·dole sacar ·mbos ojos por una leve falta, y teniÈndole en un calabozo, amarrado de piÈs y manos. Pardios, exclamÛ Memnon, que estamos medrados con tener un genio bueno en nuestra familia, si de dos hermanos uno est· ciego, y otro tuerto, uno acostado sobre paja, y otro en una c·rcel. Tu suerte se mudar·, replicÛ el animal de la estrella: verdad es que toda la vida ser·s tuerto; pero, como no sea eso, vivir·s bastante feliz, con tal que nunca hagas el desatinado propÛsito de ser completamente cuerdo. øCon que eso es cosa que no es posible conseguir? replicÛ Memnon arrancando un sollozo. Como no es posible, respondiÛ el otro, ser completamente inteligente, completamente fuerte, completamente poderoso, Û completamente feliz. Nosotros mismos estamos muy distantes de serlo; un globo hay · la verdad donde todo eso se encuentra; pero todo va por grados en los cien mil millones de mundos sembrados en el espacio. En el segundo hay mÈnos placer y mÈnos sabidurÌa que en el primero; en el tercero mÈnos que en el segundo; y asÌ se sigue hasta el postrero, donde todo el mundo es enteramente loco. Mucho me temo, dixo Memnon, que nuestro globo sea justamente esa casa de orates del universo, que vos decis. No tanto como eso, dixo el espÌritu, pero le anda cerca; y es preciso que cada cosa ocupe su sitio seÒalado. En tal caso, dixo Memnon, muy descaminados van ciertos poetas, y ciertos filÛsofos, que dicen que _todo est· bien_. Razon llevan, dixo el filÛsofo del otro mundo, si contemplan la colocacion del universo entero. °Ha! replicÛ el pobre Memnon, eso no lo creerÈ miÈntras fuere tuerto.

_Fin de Memnon_.

* * * * *

LOS DOS CONSOLADOS.

Decia un dia el gran filÛsofo Citofilo · una dama desconsolada, y que tenia sobrado motivo para estarlo: SeÒora, la reyna de Inglaterra, hija del gran Henrique quarto, no fuÈ mÈnos desgraciada que vos: la ech·ron de su reyno; se viÛ · pique de perecer en el ocÈano en un naufragio, y presenciÛ la muerte del rey su esposo en un patÌbulo. Mucho lo siento, dixo la dama; y volviÛ · llorar sus desventuras propias.

Acordaos, dixo Cilofilo, de MarÌa Estuardo, que estaba honradamente prendada de un guapo m˙sico que tenia excelente voz de sochantre. Su marido matÛ al m˙sico; y luego su buena amiga y pariente, la reyna Isabel, que se decia doncella, le mandÛ cortar la cabeza en un cadahalso colgado de luto, despuÈs de haberla tenido diez y ocho aÒos presa. °Cruel suceso! respondiÛ la seÒora; y se entregÛ de nuevo · su afliccion.

Bien habrÈis oido mentar, siguiÛ el consolador, · la hermosa Juana de N·poles, que fuÈ presa y ahorcada. Una idea confusa tengo de eso, dixo la afligida.

Os contarÈ, aÒadiÛ el otro, la aventura sucedida en mi tiempo de una soberana destronada despues de cenar, y que ha muerto en una isla desierta. Toda esa historia la sÈ, respondiÛ la dama.

Pues os dirÈ lo sucedido · otra gran princesa, mi discÌpula de filosofÌa. Tenia su amante, como le tiene toda hermosa y gran princesa: entrÛ un dia su padre en su aposento, y cogiÛ al amante con el rostro encendido y los ojos que como dos carbunclos resplandecian, y la princesa tambien con la cara muy encarnada. DisgustÛ tanto al padre el rostro del mancebo, que le sacudiÛ la mas enorme bofetada que hasta el dia se ha pegado en toda su provincia. CogiÛ el amante las tenazas, y rompiÛ la cabeza al padre de la dama, que estuvo mucho tiempo · la muerte, y aun tiene la seÒal de la herida: la princesa desatentada se tirÛ por la ventana, y se estropeÛ una pierna, de modo que aun el dia de hoy se le conoce que coxea, aunque tiene hermoso cuerpo. Su amante fuÈ condenado · muerte, por haber roto la cabeza · tan alto prÌncipe. Ya podeis pensar en quÈ estado estaria la princesa, quando sacaban · ahorcar · su amante; yo la iba · ver con freq¸encia, quando estaba ella en la c·rcel, y siempre me hablaba de sus desdichas.

øPues porquÈ no quereis que me duela yo de las mias? le dixo la dama. Porque no es acertado dolerse de sus desgracias, y porque habiendo habido tantas principales seÒoras tan desventuradas, no parece bien que os desespereis. Contemplad · Hecuba, contemplad · Niobe. Ha, dixo la seÒora, si hubiera vivido yo en aquel tiempo, Û en el de tantas hermosas princesas, y para su consuelo les hubiÈrais contado mis desdichas, øos habrian acaso escuchado?

Al dia siguiente perdiÛ el filÛsofo · su hijo ˙nico, y faltÛ poco para que se muriese de sentimiento. MandÛ la seÒora hacer una lista de todos los monarcas que habian perdido · sus hijos, y se la llevÛ al filÛsofo, el qual la leyÛ, la encontrÛ muy puntual, y siguiÛ llorando. Al cabo de tres meses se volviÈron · ver, y se pasm·ron de hallarse muy contentos. Levant·ron entÛnces una hermosa estatua al tiempo, con este rÛtulo:

AL CONSOLADOR.

_Fin de los dos Consolados_.

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HISTORIA

DE LOS VIAGES

DE ESCARMENTADO,

ESCRITA POR …L PROPIO.

En la ciudad de CandÌa vine yo al mundo el aÒo de 1600. Era su gobernador mi padre, y me acuerdo que un poeta mÈnos que mediano, aunque no fuese medianamente desaliÒado su estilo, llamado Azarria, hizo unas malas coplas en elogio mio, en las quales me calificaba de descendiente de Minos en lÌnea recta; mas habiendo luego quitado el gobierno · mi padre, compuso otras en que me trataba de nieto de Pasifae y su amante. Mal sugeto era de veras el tal Azarria, y el bribon mas fastidioso que en toda la isla habia.

Quince aÒos tenia quando me enviÛ mi padre · estudiar · Roma, y yo lleguÈ con la esperanza de aprender todas las verdades, porque hasta entÛnces me habian enseÒado todo lo contrario de la verdad, seg˙n es uso en este mundo, desde la China hasta los Alpes. MonsiÒor Profondo, · quien iba recomendado, era sugeto raro, y uno de los mas terribles sabios que en el mundo habia. QuÌsome instruir en las categorÌas de AristÛteles, y por poco me pone en la de sus gitones: de buena me librÈ. VÌ procesiones, exÙrcismos, y no pocos robos. Decian, aunque contra toda verdad, que la siÒora Olimpia, dama muy prudente, vendia ciertas cosas que no suelen venderse. De mi edad todo esto me parecia muy gracioso. OcurriÛle · una seÒora moza, y de muy suave condicion, llamada la siÒora Fatelo, prendarse de mÌ: obsequi·banla el reverendÌsimo padre PuÒalini, y el reverendÌsimo padre Aconiti, religiosos de una congregacion que ya no exÓste, y los puso de acuerdo · entr·mbos d·ndome sus favores; pero me vÌ · peligro de ser envenenado y excomulgado. DexÈ · Roma muy satisfecho con la arquitectura de San Pedro.

ViajÈ por Francia, donde reynaba · la sazon Luis el justo; y lo primero que me pregunt·ron fuÈ si queria para mi almuerzo un trozo del mariscal de Ancre, que habia asado la gente, y le vendian muy barato · los que querian comprar su carne para regalarse.

Era este estado un continuo teatro de guerras civiles, unas veces por una plaza en el consejo, y otras por dos p·ginas de controversias teolÛgicas. Mas de sesenta aÒos hacia que estaban asolados estos hermosos climas por este volcan que unas veces se amortiguaba, y otras ardia con violencia; y eso eran las libertades de la iglesia galicana. °Ay! dixe, este pueblo es de natural apacible: øquiÈn le ha sacado asÌ de su Ìndole? Dice chufletas, y hace el deg¸ello de San BartolomÈ. °Venturoso tiempo aquel en que no haga mas que decir donayres!

PasÈ · Inglaterra, donde las mismas contiendas ocasionaban los mismos horrores. Unos santos catÛlicos, en obsequio de la iglesia, habian determinado volar con pÛlvora el rey, la familia real, y todo el parlamento, y librar la Inglaterra de tanto herege. EnseÒ·ronme el sitio donde habia hecho quemar · mas de quinientos de sus vasallos la bienaventurada reyna MarÌa, hija de Henrique octavo; y me asegurÛ un clÈrigo hiberno que fuÈ accion de mucho mÈrito para con Dios: lo primero porque los quemados eran todos ingleses, y lo segundo porque nunca tomaban agua bendita, ni creÌan en la cueva de San Patricio; pasm·ndose de que aun no hubiesen canonizado · la reyna MarÌa, bien que abrigaba la esperanza de que no se tardaria en ponerla en los altares, asÌ que tuviera un poco de lugar el cardenal nepote.

FuÌme · Holanda, donde esperaba encontrar mas sosiego en un pueblo mas flem·tico. Quando lleguÈ · La Haya, estaban cortando la cabeza · un anciano venerable, y era la cabeza calva del primer ministro Barnevelt. Movido · compasion, preguntÈ quÈ delito era el suyo, y si habia sido traydor al estado. Mucho peor que eso, me respondiÛ un predicante de capa negra; que es hombre que cree que puede uno salvarse por sus buenas obras lo mismo que por la fÈ: y bien veis que si se acreditaran semejantes opiniones, no podria subsistir la rep˙blica; por eso es menester leyes severas para poner freno · esc·ndalos tan horrorosos. DÌxome luego suspirando un polÌtico profundo: °Ha, seÒor! este buen tiempo no ha de durar siempre; este pueblo se muestra tan zeloso por mero acaso: su verdadero car·cter se inclina al abominable dogma de la tolerancia, y un dia le abrazar·; cosa que me estremece. Yo empero, miÈntras no llegaba esta fatal Època de indulgencia y moderacion, dexÈ · toda priesa un pais donde ningun contento templaba su severidad, y me embarquÈ para EspaÒa.

Estaba la corte en Sevilla, habian llegado los galeones, y en la mas hermosa estacion del aÒo todo respiraba abundancia y alegrÌa. Al cabo de una calle de naranjos y limones, vÌ un palenque inmenso rodeado de gradas cubiertas de preciosos texidos. Baxo un soberbio dosel estaban el rey, la reyna, los infantes y las infantas. Enfrente de la augusta familia habia un trono todavÌa mas alto. Dixe, volviÈndome · uno de mis compaÒeros de viage: Como no estÈ aquel trono reservado para Dios, no sÈ para quien pueda ser. OyÛ un grave EspaÒol estas imprudentes palabras, y me saliÈron caras. Yo me figuraba que Ìbamos · ver un torneo Û una corrida de toros, quando subiÛ el Inquisidor general al trono, y desde Èl bendixo al monarca y al pueblo.

Vino luego un exÈrcito de frayles en filas de dos en dos, blancos, negros, pardos, calzados, descalzos, con barba, imberbes, con capilla puntiaguda, y sin capilla; iba luego el verdugo; y detras, en medio de alguaciles y duques, cerca de quarenta personas cubiertas con sacos donde habia llamas y diablos pintados. Eran estos, Û judÌos que se habian empeÒado en no renegar de MoisÈs, Û cristianos que se habÌan casado con sus comadres, Û no habian sido devotos de Nuestra SeÒora de Atocha, Û no habian querido dar dinero · los padres capuchinos. Cant·ronse unas devotÌsimas oraciones, y luego fuÈron quemados vivos, · fuego lento, todos los reos; con lo qual quedÛ muy edificada la familia real.

Aquella noche, quando me iba · meter en la cama, entr·ron dos familiares de la inquisicion, acompaÒados de una ronda bien armada; diÈronme un cariÒoso abrazo, y me llev·ron, sin hablarme palabra, · un calabozo muy fresco, donde habia una esterilla para acostarse, y un soberbio crucifixo. AquÌ estuve seis semanas, pasadas las quales me mandÛ · pedir por favor el seÒor inquisidor que me viese con Èl. EstrechÛme en sus brazos con paternal cariÒo, y me dixo que sentia muy de veras que estuviese tan mal alojado, pero que estaban ocupados todos los quartos de aquella santa casa, y que esperaba otra vez darme mejor habitacion. PreguntÛme luego con no mÈnos amor, si sabia porque estaba allÌ. RespondÌ al varon santo, que sin duda por mis pecados. Eso es, hijo miÛ: øpero por quÈ pecados? habladme sin rezelo. Por mas que me mataba, no atinaba, hasta que la caridad del piadoso inquisidor me diÛ alguna luz. AcordÈme al fin de mis imprudentes palabras, y no fuÌ condenado mas que · exercicios, la disciplina, y treinta mil reales de multa. Llev·ronme · dar las gracias al inquisidor general, sugeto muy afable, que me preguntÛ que tal me habia parecido su fiesta. RospondÌle que era deliciosÌsima, y fui · dar priesa · mis compaÒeros · que saliÈsemos del pais, puesto que es tan ameno. Habian estos tenido lugar para informarse de todas las grandes proezas executadas por los EspaÒoles en obsequio de la religion, y leido las memorias del cÈlebre obispo de Chiapa, donde cuenta que degoll·ron, quem·ron Û ahog·ron unos diez millones de idÛlatras Americanos por convertirlos · nuestra santa fÈ. Bien creo que pondera algo el obispo; pero aunque se rebaxe la mitad de las vÌctimas, todavÌa queda acreditado un zelo portentoso.

Atorment·bame sin cesar el ardor de viajar, y estaba resuelto · concluir mi peregrinacion de Europa por la TurquÌa. EncaminÈme · esta, con firme propÛsito de no decir otra vez mi parecer acerca de las fiestas que viese. Estos Turcos, dixe · mis compaÒeros, son unos paganos que no han recibido el santo bautismo, y sin duda han de ser mas crueles que los santos inquisidores; callÈmonos pues, miÈntras vivamos entre Moros.

Con este ·nimo iba; pero quedÈ atÛnito al ver en TurquÌa muchos mas templos cristianos que en la isla donde habia nacido, y hasta crecidas congregaciones de frayles, · quienes dexaban en paz rezar · la virgen MarÌa, y maldecir · Mahoma, unos en griego, otros en latin, y otros en armenio. °QuÈ honrada gente son los Turcos! exclamÈ. Los cristianos griegos y los latinos eran irreconciliables enemigos en Constantinopla, y se perseguÌan estos esclavos unos · otros como perros que se muerden en la calle, y que separan · palos sus amos. EntÛnces el gran visir protegia · los Griegos: el patriarca griego me acusÛ de que habia cenado con el patriarca latino, y fui condenado por el div·n · cien palos en la planta de los pies, que rescatÈ · precio de quinientos zequÌes. Al otro dia ahorc·ron al gran visir; y al tercero su sucesor, que no fue ahorcado hasta de allÌ · un mes, me condenÛ · la misma multa por haber cenado con el patriarca griego: de suerte que me vÌ en la triste precision de no freq¸entar la iglesia griega ni la latina. Por consolarme arrendÈ una hermosa circasiana, que era la mas cariÒosa persona · solas con un hombre, y la mas devota en la mezquita. Una noche, entre los suaves gustos de amor, exclamÛ d·ndome un abrazo: _Alah, Ilah, Al·h_, que son las palabras sacramentales de los Turcos; yo pensÈ que fuesen las del amor, y dixe con mucho cariÒo: _Al·h, Ilah, Al·h_. Ha, dixo la mora, loado sea Dios misericordioso; ya sois Turco. RespondÌle que daba las gracias al SeÒor que me habia dado fuerza para serlo, y creÌ que era muy dichoso. Por la maÒana vino · circuncidarme el iman; y poniendo yo alguna dificultad, me propuso el cadÌ del barrio, hombre de buena composicion, que me mandaria empalar. Por fin librÈ mi prepucio y mi trasero por mil zequÌes, y me escapÈ corriendo · Persia, resuelto · no oir en TurquÌa misa griega ni latina, y · no decir nunca _Al·h, Ilah, Al·h_ en los ratos de los gustos de amor.

AsÌ que lleguÈ · Ispahan, me pregunt·ron si era del partido del carnero negro Û del carnero blanco. RespondÌ que lo mismo me daba uno que otro, con tal que fuera tierno. Se ha de notar que todavÌa estaba dividida la Persia en dos facciones, la del carnero negro y la del blanco. CreyÈron que hacia yo burla de ·mbos partidos, y me encontrÈ en un terrible compromiso · la puerta misma de la ciudad, del qual salÌ pagando una buena cantidad de zequÌes, por no tener que ver con carneros.

No parÈ hasta la China, donde lleguÈ con un intÈrprete que me dixo que era el pais donde se podia vivir alegre y libre: los T·rtaros que le habian invadido todo lo ponian · sangre y fuego, miÈntras que los reverendos padres jesuitas por una parte, y los reverendos padres domÌnicos por otra, decian que ganaban almas para el cielo, sin que nadie lo advirtiese. Nunca se han visto convertidores mas zelosos; unos · otros se perseguÌan con el mas fervoroso ahinco, escribian · Roma tomos enteros de calumnias, y se trataban de infieles y prevaricadores por un alma. Habia entre ellos una horrorosa disputa acerca del modo de hacer la cortesÌa; los jesuitas querian que los Chinos saludaran · sus padres y madres · la moda de la China, y los domÌnicos que fuera · la moda de Roma. SucediÛme que los jesuÌtas creyÈron que yo era un domÌnico, y le dixÈron · Su Magestad T·rtara que era espÌa del Papa. DiÛ comision el consejo supremo · un primer mandarÌn para que me arrestara; el qual mandÛ · un alguacil, que tenia · sus Ûrdenes quatro corchetes, que me prendiesen, y me atasen con toda ceremonia. ConduxÈronme, despues de ciento y quarenta genuflexÓones, ante Su Magestad, que me preguntÛ si era yo espÌa del Papa, y si era cierto que hubiese de venir este prÌncipe en persona · destronarle. RespondÌle que el Papa era un clÈrigo de mas de setenta aÒos; que distaban sus estados mas de quatro mil leguas de los de su Sacra Magestad T·rtaro-China; que su exÈrcito era de dos mil soldados que montaban la guardia con un para-aguas; que no destronaba · nadie, y que podia Su Magestad dormir sin miedo. Esta fuÈ la mÈnos fatal aventura de mi vida, pues no hiciÈron mas que enviarme · Macao, donde me embarquÈ para Europa.

FuÈ preciso calafatear el navÌo en la costa de Golconda, y me aprovechÈ de la oportunidad para ver la corte del gran Aurengzeb, de quien se contaban entÛnces mil portentos. Estaba este monarca en Deli, y gocÈ el gusto imponderable de contemplarle facha · facha el dia de la pomposa ceremonia en que recibiÛ la celestial d·diva que le enviaba el cherif de la Meca, y era la escoba con que se habia barrido la santa casa, la _caaba_, la _belh-Alah_: escoba que es el sÌmbolo que alimpia todas las suciedades del alma. Parece que no la necesitaba Aurengzeb, que era el varon mas religioso de todo el Indostan, puesto que habia degollado · uno de sus hermanos, y dado veneno · su padre, y habia hecho perecer en un patÌbulo · veinte rajaes y otros tantos omraes; pero no queria decir eso nada, y no se hablaba de otra cosa que de su devocion, · la qual la de ningun otro era comparable, como no fuese la de la sacra magestad, del serenÌsimo emperador de Marruecos, Mulcy Ismael, el qual cortaba unas quantas cabezas todos los viernes, despues de hacer oracion.

No articulÈ yo palabra, que me habian escarmentado los viages, y sabia que no era juez competente para fallar entre estos dos augustos soberanos. Confieso empero que un francÈs mozo, con quien estaba alojado, faltÛ al respeto debido · los emperadores de Indias y de Marruceos, diciendo con mucha imprudencia que en Europa habia soberanos muy pÌos que gobernaban con acierto sus estados, y freq¸entaban tambien las iglesias, sin quitar por eso la vida · sus padres y hermanos, ni cortar la cabeza · sus vasallos. Nuestro intÈrprete dio cuenta en lengua india de las expresiones impÌas de este mozo. Instruido yo con lo que en otras ocasiones me habia sucedido, mandÈ ensillar mis camellos, y me fui con el francÈs. Luego supe que aquella misma noche habian venido · prendernos los oficiales del gran Aurengzeb; y no habiendo encontrado mas que al intÈrprete, fue este ajusticiado en la plaza mayor, confesando sin lisonja todos los palaciegos que era muy justa su muerte.

Qued·bame por ver la Africa para disfrutar de todas las delicias de nuestro hemisferio, y con efecto la vÌ. Unos corsarios negros apresaron mi embarcacion. QuejÛse amargamente mi patron, y les preguntÛ por quÈ violaban las leyes de las naciones. FuÈle respondido por el capit·n negro: Vuestra nariz es larga, y la nuestra chata; vuestro cabello es liso, y nuestra lana riza; vuestra cutis es de color ceniciento, y la nuestra de color de Èbano; por consiguiente, en virtud de las sacrosantas leyes de naturaleza, siempre debemos ser enemigos. En las ferias de Guinea nos compr·is, como si fuÈramos acÈmilas, para forzarnos · que trabajemos en no sÈ quÈ faenas tan penosas como ridiculas; · vergajazos nos haceis horadar los montes para sacar una especie de polvo amarillo que para nada es bueno, y que no vale, ni con mucha, un cebollino de Egipto. AsÌ quando os encontramos nosotros, y podemos mas, os obligamos · que labreis nuestras tierras, y de lo contrario os cortamos las narices y las orejas.

No habia rÈplica · tan discreto razonamiento. FuÌ · labrar el campo de una negra vieja por conservar mis orejas y mi nariz, y al cabo de un aÒo me rescat·ron. Habiendo visto todo quanto bueno, hermoso y admirable hay en la tierra, me determinÈ · no ver mas que mis dioses penates: me casÈ en mi pais, fuÌ cornudo, y vÌ que era la mas grata condicion de la vida humana.

_Fin de los viages de Escarmentado_.

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MICROMEGAS,

HISTORIA FILOSOFICA.

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CAPITULO PRIMERO.

_Viage de un morador del mundo de la estrella Sirio al planeta de Saturno_.

Habia en uno de los planetas que giran en torno de la estrella llamada Sirio, un mozo de mucho talento, · quien tuve la honra de conocer en el postrer viage que hizo · nuestro mezquino hormiguero. Era su nombre Micromegas, nombre que cae perfectamente · todo grande, y tenia ocho leguas de alto; quiero decir veinte y quatro mil pasos geomÈtricos de cinco piÈs de rey.

Alg˙n algebrista, casta de gente muy ˙til al p˙blico, tomar· · este paso de mi historia la pluma, y calcular· que teniendo el SeÒor Don Micromegas, morador del pais de Sirio, desde la planta de los piÈs al colodrillo veinte y quatro mil pasos, que hacen ciento y veinte mil piÈs de rey, y nosotros ciudadanos de la tierra no pasando por lo com˙n de cinco piÈs, y teniendo nuestro globo nueve mil leguas de circunferencia, es absolutamente indispensable que el planeta dÛnde naciÛ nuestro hÈroe tenga cabalmente veinte y un millones y seiscientas mil veces mas circunferencia que nuestra tierra. Pues no hay cosa mas comun ni mas natural; y los estados de ciertos principillos de Alemania Û de Italia, que pueden andarse en media hora, comparados con la TurquÌa, la Rusia, Û la AmÈrica espaÒola, son una im·gen, todavÌa muy distante de la realidad, de las diferencias que ha establecido la naturaleza entre los seres.

Es la estatura de Su Excelencia la que llevamos dicha, de donde colegir·n todos nuestros pintores y escultores, que su cuerpo podia tener unos cincuenta mil piÈs de rey de circunferencia, porque es muy bien proporcionado. Su entendimiento es de los mas perspicaces que se puedan ver; sabe una multitud de cosas, y algunas ha inventado: apÈnas rayaba con los doscientos y cincuenta aÒos, siendo estudiante en el colegio de jesuitas de su planeta, como es allÌ estilo comun, adivinÛ por la fuerza de su inteligencia mas de cincuenta proposiciones de Euclides, que son diez y ocho mas que hizo Blas Pascal, el qual habiendo adivinado, segun dice su hermana, treinta y dos jugando, llegÛ · ser, andando los aÒos, harto mediano geÛmetra, y malÌsimo metafÌsico. De edad de quatrocientos y cincuenta aÒos, que no hacia mas que salir de la niÒez, disecÛ unos insectos muy chicos que no llegaban · cien piÈs de di·metro, y se escondÌan · los microscopios ordinarios, y compuso acerca de ellos un libro muy curioso, pero que le traxo no pocos disgustos. El muftÌ de su pais, no mÈnos cosquilloso que ignorante, encontrÛ en su libro proposiciones sospechosas, mal-sonantes, temerarias, herÈticas, _Û que olian · heregÌa_, y le persiguiÛ de muerte: trat·base de saber si la forma substancial de las pulgas de Sirio era de la misma naturaleza que la de los caracoles. DefendiÛse con mucha sal Micromegas; se declar·ron las mugeres en su favor, puesto que al cabo de doscientos y veinte aÒos que habia durado el pleyto, hizo el muftÌ condenar el libro por calificadores que ni le habian leido, ni sabian leer, y fue desterrado de la corte el autor por tiempo de ochocientos aÒos.

No le afligiÛ mucho el salir de una corte llena de enredos y chismes. Compuso unas dÈcimas muy graciosas contra el muftÌ, que · este no le import·ron un bledo, y se dedicÛ · viajar de planeta en planeta, para acabar de perfeccionar su razon y su corazon, como dicen. Los que est·n acostumbrados · caminar en coche de colleras, Û en silla de posta, se pasmar·n de los carruages de all· arriba, porque nosotros, en nuestra pelota de cieno, no entendemos de otros estilos que los nuestros. Sabia completamente las leyes de la gravitacion y de las fuerzas atractivas y repulsivas nuestro caminante, y se valia de ellas con tanto acierto, que ora montado en un rayo del sol, ora cabalgando en un cometa, andaban de globo en globo Èl y sus sirvientes, lo mismo que revolotea un paxarillo de rama en rama. En poco tiempo hubo corrido la vÌa l·ctea; y siento tener que confesar que nunca pudo columbrar, por entre las estrellas de que est· sembrada, aquel hermosÌsimo cielo empÌreo, que con su anteojo de larga vista descubriÛ el ilustre Derham, teniente cura [Footnote: Sabio InglÈs, autor de la TeologÌa astronÛmica, y otras obras, en que se esfuerza · probar la exÓstencia de Dios por la contemplacion de las maravillas de la naturaleza.]. No digo yo por eso que no le haya visto muy bien el SeÒor Derham; Dios me libre de cometer tamaÒo yerro; mas al cabo Micromegas se hallaba en el paÌs, y era buen observador: yo no quiero contradecir · nadie.

Despues de muchos viages llegÛ un dia Micromegas al globo de Saturno; y si bien estaba acostumbrado · ver cosas nuevas, todavÌa le parÛ confuso la pequeÒez de aquel planeta y de sus moradores, y no pudo mÈnos de soltar aquella sonrisa de superioridad que los mas cuerdos no pueden contener · veces. Verdad es que no es Saturno mas grande que novecientas veces la tierra, y los habitadores del pais son enanos de unas dos mil varas, con corta diferencia, de estatura. RiÛse al principio de ellos con sus criados, como hace un m˙sico italiano de la m˙sica de Lulli, quando viene · Francia; mas era el Sirio hombre de razon, y presto reconociÛ que podia muy bien un ser que piensa no tener nada de ridÌculo, puesto que no pasara de seis mil piÈs su estatura. AcostumbrÛse · los Saturninos, despues de haberlos pasmado, y se hizo Ìntimo amigo del secretario de la academia de Saturno, hombre de mucho talento, que · la verdad nada habia inventado, pero que daba muy lindamente cuenta de las invenciones de los demas, y que hacia regularmente coplas chicas y c·lculos grandes. PondrÈ aquÌ, para satisfaccion de mis lectores, una conversacion muy extraÒa que con el seÒor secretario tuvo un dia Micromegas.

CAPITULO II.

_Conversacion del morador de Sirio con el de Saturno_.

AcostÛse Su Excelencia, acercÛse · su rostro el secretario, y dixo Micromegas: Confesemos que es muy varia la naturaleza. Verdad es, dixo el Saturnino; es la naturaleza como un jardin, cuyas flores…. Ha, dixo el otro, dexaos de jardinerÌas. Pues es, siguiÛ el secretario, como una reunion de rubias y pelinegras, cuyos atavÌos….. øQuÈ me importan vuestras pelinegras? interrumpiÛ el otro. O bien como una galerÌa de quadros, cuyas im·genes…… No, SeÒor, no, replicÛ el caminante, la naturaleza es como la naturaleza. øA quÈ diablos andais buscando esas comparaciones? Por recrearos, respondiÛ el secretario. Si no quiero yo que me recreen, lo que quiero es que me instruyan, repuso el caminante. Decidme lo primero quantos sentidos tienen los hombres de vuestro globo. Nada mas que setenta y dos, dixo el acadÈmico, y todos los dias nos lamentamos de tanta escasez; que nuestra imaginacion se dexa atras nuestras necesidades, y nos parece que con nuestros setenta y dos sentidos, nuestro anulo, y nuestras cinco lunas, no tenemos lo suficiente; y es cierto que no obstante nuestra mucha curiosidad y las pasiones que de nuestros setenta y dos sentidos son hijas, nos sobra tiempo para aburrirnos. Bien lo creo, dixo Micromegas, porque en nuestro globo tenemos cerca de mil sentidos, y todavÌa nos quedan no sÈ quÈ vagos deseos, no sÈ quÈ inquietud, que sin cesar nos avisa que somos chica cosa, y que hay otros seres mucho mas perfectos. He hecho algunos viages, y he visto otros mortales muy inferiores · nosotros, y otros que nos son muy superiores; mas ningunos he visto que no tengan mas deseos que verdaderas necesidades, y mas necesidades que satisfacciones. Acaso llegarÈ un dia · un pais donde nada haga falta, pero hasta ahora no he podido saber del tal pais. Ech·ronse entÛnces · formar conjeturas el Saturnino y el Sirio; pero despues de muchos raciocinios no mÈnos ingeniosos que inciertos, fuÈ forzoso volver · sentar hechos. øQuanto tiempo vivÌs? dixo el Sirio. Ha, muy poco, replicÛ el hombrecillo de Saturno. Lo mismo sucede en nuestro pais, dixo el Sirio, siempre nos estamos quejando de la cortedad de la vida. Menester es que sea esta universal pension de la naturaleza. °Ay! nuestra vida, dixo el Saturnino, se ciÒe · quinientas revoluciones solares (que vienen · ser quince mil aÒos, Û cerca de ellos, contando como nosotros). Ya veis que eso casi es morirse asÌ que uno nace: es nuestra exÓstencia un punto, nuestra vida un momento, nuestro globo un ·tomo; y apÈnas empieza uno · instruirse algo, quando le arrebata la muerte, ·ntes de adquirir experiencia. Yo por mÌ no me atrevo · formar proyecto ninguno, y me encuentro como la gota de agua en el inmenso ocÈano; y lo que mas sonroxo me causa en vuestra presencia, es contemplar quan ridÌcula figura hago en este mundo. ReplicÛle Micromegas: Si no fuÈrais filÛsofo, tendria, rezelo de desconsolaros, diciÈndoos que es nuestra vida setecientas veces mas dilatada que la vuestra; pero bien sabeis que quando se ha de restituir el cuerpo · los elementos, y reanimar baxo distinta forma la naturaleza, que es lo que llaman morir; quando es llegado, digo, este momento de metamorfÛsis, poco importa haber vivido una eternidad Û un dia solo, que uno y otro es lo mismo. Yo he estado en paises donde viven las gentes mil veces mas que en el mio, y he visto que todavÌa se quejaban; pero en todas partes se encuentran sugetos de razon, que saben resignarse, y dar gracias al autor de la naturaleza, el qual con una especie de maravillosa uniformidad ha esparcido en el universo las variedades con una profusion infinita. AsÌ por exemplo, todos los seres que piensan son diferentes, y todos se parecen en el don de pensar y desear. En todas partes es la materia extensa, pero en cada globo tiene propiedades distintas. øQuantas de estas propiedades tiene vuestra materia? Si hablais de las propiedades sin las quales creemos que no pudiera subsistir nuestro globo como Èl es, dixo el Saturnino, no pasan de trescientas, conviene · saber la extension, la impenetrabilidad, la mobililad, la gravitacion, la divisibilidad, etc. Sin duda, replicÛ el caminante, que basta ese corto n˙mero para el plan del criador en vuestra estrecha habitacion, y en todas cosas adoro su sabidurÌa, porque si en todas veo diferencias, tambien contemplo en todas proporciones. Vuestro globo es chico, y tambien lo son sus moradores; teneis pocas sensaciones, y goza vuestra materia de pocas propiedades: todo eso es disposicion de la Providencia. øDe quÈ color es vuestro sol bien ex‚minado? Blanquecino muy ceniciento, dixo el Saturnino, y quando dividimos uno de sus rayos, hallamos que tiene siete colores. El nuestro tira · encarnado, dixo el Sirio, y tenemos treinta y nueve colores primitivos. En todos quantos he ex‚minado, no he hallado un sol que se parezca · otro, como no se vÈ en vuestro planeta una cara que no se diferencie de todas las dem·s.

Despues de otras muchas q¸estiones an·logas, se informÛ de quantas substancias distintas se conocian en Saturno, y le fuÈ respondido que habia hasta unas treinta: Dios, el espacio, la materia, los seres extensos que sienten, los seres extensos que sienten y piensan, los seres que piensan y no son extensos, los que se penetran, y los que no se penetran, etc. El Sirio, en cuyo planeta hay trescientas, y que habia en sus viages descubierto hasta tres mil, dexÛ extraordina- riamente asombrado al filÛsofo de Saturno. Finalmente, habiÈndose comunicado uno · otro casi todo quanto sabian y muchas cosas que no sabian, y habiendo discurrido por espacio de toda una revolucion solar, se determin·ron · hacer juntos un corto viage filosÛfico.

CAPITULO III.

_Viage de los dos habitantes de Sirio y Saturno_

Ya estaban para embarcarse nuestros dos caminantes en la atmÛsfera de Saturno con muy decente provision de instrumentos de matem·ticas, quando la dama del Saturnino, que lo supo, le vino · dar amargas quejas. Era esta una morenita muy agraciada, que no tenia mas que mil y quinientas varas de estatura, pero que con sus gracias reparaba lo chico de su cuerpo. °Ha cruel! exclamÛ, despues que te he resistido mil y quinientos aÒos, quando apÈnas me habia rendido, no habiendo pasado arriba de cien aÒos en tus brazos, °me abandonas por irte · viajar con un gigante del otro mundo! Anda, que no eres mas que un curioso, y nunca has estado enamorado; que si fueras Saturnino legÌtimo, mas constante serias. øAdonde vas? øquÈ quieres? mÈnos errantes son que t˙ nuestras cinco lunas, y mÈnos mudable nuestro anulo. Esto se acabÛ; nunca mas he de querer. AbrazÛla el filÛsofo, llorÛ con ella, puesto que filÛsofo; y la dama, despues de haberse desmayado, se fuÈ · consolar con un petimetre.

PartiÈronse nuestros dos curiosos, y salt·ron primero al anulo que encontr·ron muy aplastado, como lo ha adivinado un ilustre habitante de nuestro glÛbulo; y desde allÌ anduviÈron de luna en luna. PasÛ un cometa por junto · la ˙ltima, y se tir·ron · Èl con sus sirvientes y sus instrumentos. ApÈnas hubiÈron andado ciento y cincuenta millones de leguas, se top·ron con los satÈlites de J˙piter. Ape·ronse en este planeta, donde se detuviÈron un aÒo, y aprendiÈron secretos muy curiosos, que se habrian dado · la imprenta, si no hubiese sido por los seÒores inquisidores que han encontrado proposiciones algo duras de tragar; pero yo logrÈ leer el manuscrito en la biblioteca del IlustrÌsimo SeÒor Arzobispo de … que me permitiÛ registrar sus libros, con toda la generosidad y bondad que · tan ilustre prelado caracterizan.

Volvamos empero · nuestros caminantes. Al salir de J˙piter, atraves·ron un espacio de cerca de cien millones de leguas, y coste·ron el planeta Marte, el qual, como todos saben, es cinco veces mas pequeÒo que nuestro glÛbulo; y viÈron dos lunas que sirven · este planeta, y no han podido descubrir nuestros astrÛnomos. Bien sÈ que el abate Ximenez escribir· con mucho donayre contra la existencia de dichas lunas, mas yo apelo · los que discurren por analogÌa; todos excelentes filÛsofos que saben muy bien que no le seria posible · Marte vivir sin dos lunas · lo mÈnos, estando tan distante del sol. Sea como fuere, · nuestros caminantes les pareciÛ cosa tan chica, que se temiÈron no hallar posada cÛmoda, y pas·ron adelante como hacen dos caminantes quando topan con una mala venta en despoblado, y siguen hasta el pueblo inmediato. Pero luego se arrepintiÈron el Sirio y su compaÒero, que anduviÈron un largo espacio sin hallar albergue. Al cabo columbr·ron una lucecilla, que era la tierra, y que pareciÛ muy mezquina cosa · gentes que venian de J˙piter. No obstante, rezelando arrepentirse otra vez, se determin·ron · desembarcar en ella. Pas·ron · la cola del cometa, y hallando una aurora boreal · mano, se metiÈron dentro, y aport·ron en tierra · la orilla septentrional del mar B·ltico, · cinco de Julio de mil setecientos treinta y siete.

CAPITULO IV.

_Que da cuenta de lo que les sucediÛ en el globo de la tierra_.

Habiendo descansado un poco, se almorz·ron dos montaÒas que les guis·ron sus criados con mucho aseo. QuisiÈron luego reconocer el mezquino pais donde se hallaban, y se dirigiÈron de Norte · Sur. Cada paso ordinario del Sirio y su familia era de unos treinta mil piÈs de rey: seguÌale de lÈjos el enano de Saturno, que perdia el aliento, porque tenia que dar doce pasos miÈntras alargaba el otro la pierna, casi como un perrillo faldero que sigue, si se me permite la comparacion, · un capit·n de guardias del rey de Prusia.

Como andaban de priesa estos extrangeros, diÈron la vuelta al globo en treinta y seis horas: verdad es que el sol, Û por mejor decir la tierra, hace el mismo viage en un dia; pero hemos de reparar que es cosa mas f·cil girar sobre su exe que anclar · piÈ. VolviÈron al cabo al sitio donde etaban primero, habiendo visto la balsa, casi imperceptible para ellos, que llaman el Mediterr·neo, y el otro estanque chico que con nombre de grande OcÈano rodea nuestra madriguera; al enano le daba el agua · media pierna, y apÈnas si se habia mojado el otro los talones. FuÈron y viniÈron arriba y abaxo, haciendo quanto podian por averiguar si estaba Û no habitado este globo: bax·ronse, acost·ronse, tent·ron por todas partes; pero eran tan desproporcionados sus ojos y manos con los mezquinos seres que andan arrastrando ac· baxo, que no tuviÈron la mas leve sensacion por donde pudiesen caer en sospecha de que exÓstimos nosotros y nuestros hermanos los demas moradores de este globo.

El enano, que · veces fallaba con alguna precipitacion, decidiÛ luego que no habia vivientes en la tierra, y su razon primera fuÈ que no habia visto ninguno. Micromegas le diÛ · entender con mucha urbanidad, que no era fundada la conseq¸encia; porque, le dixo, con vuestros ojos tan chicos no veis ciertas estrellas de quinquagÈsima magnitud, que distingo yo con mucha claridad. øColegis por eso que no haya tales estrellas? Si lo he tentado todo, dixo el enano. øY si no habeis sentido lo que hay? dixo el otro. Si est· tan mal compaginado este globo, replicÛ el enano; si es tan irregular, y de una configuracion que parece tan ridicula, que todo Èl se me figura un caos. øNo veis esos arroyuelos, que ninguno corre derecho; esos estanques que ni son redondos, ni quadrados, ni ovalados, ni de figura regular ninguna; todos esos granillos puntiagudos de que est· erizado, y se me han entrado en los piÈs? (y queria hablar de las montaÒas). øNo notais la forma de todo el globo, aplastado por los polos, y girando en torno del sol con tan desconcertada direccion, que por necesidad los climas de ·mbos polos han de estar incultos? Lo que me fuerza · creer de veras que no hay vivientes en Èl, es que ninguno que tuviese razon querria habitarle. øQuÈ importa? dixo Micromegas, acaso no tienen sentido comun los habitantes, pero al cabo no es de presumir que se haya hecho esto sin algun fin. Decis que aquÌ todo os parece irregular, porque est· todo tirado · cordel en J˙piter y Saturno. Pues por esa misma razon acaso hay aquÌ algo de confusion. øNo os he dicho ya que siempre habia notado variedad en mis viages? ReplicÛ el Saturnino · estas razones, y no se hubiera concluido la disputa, si en el calor de ella no hubiese roto Micromegas el hilo de su collar de diamantes, y caÌdose estos; que eran unos brillantes muy lindos, aunque pequeÒitos y desiguales, que los mas gruesos pesaban quatrocientas libras, y cincuenta los mas menudos. CogiÛ el enano algunos, y arrim·ndoselos · los ojos viÛ que del modo que estaban abrillantados, eran microscopios excelentes: cogiÛ pues un microscopio chico de ciento y sesenta piÈs de di·metro, y se le aplicÛ · un ojo, miÈntras que se servia Micromegas de otro de dos mil y quinientos piÈs. Al principio no viÈron nada con ellos, puesto que eran aventajados; fuÈ preciso ponerse en la posicion que se requeria. Al cabo viÛ el morador de Saturno una cosa imperceptible que se meneaba entre dos aguas en el mar B·ltico, y era una ballena: p˙sola bonitamente encima del dedo, y coloc·ndola en la uÒa del pulgar, se la enseÒÛ al Sirio, que por la segunda vez se echÛ · reir de la enorme pequeÒez de los moradores de nuestro globo. Convencido el Saturnino de que estaba habitado nuestro mundo, se imaginÛ luego que solo por ballenas lo estaba; y como era gran discurridor, quiso adivinar de donde venia el movimiento · un ·tomo tan ruin, y si tenia ideas, voluntad y libre albedrÌo. Micromegas no sabia que pensar; mas habiendo ex‚minado con mucha paciencia el animal, sacÛ de su ex‚men que no podia residir un alma en cuerpo tan chico. Inclin·banse pues nuestros dos caminantes · creer que no hay razon en nuestra habitacion, quando, con el auxÓlio del microscopio, distinguiÈron otro bulto mas grueso que una ballena, que en el mar B·ltico andaba fluctuando. Ya sabemos que h·cia aquella Època volvia del cÌrculo polar una bandada de filÛsofos, que habian ido · hacer observaciones en que nadie hasta entÛnces habia pensado. TraxÈron los papeles p˙blicos que habia zozobrado su embarcacion en las costas de Botnia, y que les habia costado mucho trabajo el salir · salvamento; pero nunca se sabe en este mundo lo que hay por debaxo de cuerda. Yo voy · contar con ingenuidad el suceso, sin quitar ni aÒadir nada: esfuerzo que de parte de un historiador es sobremanera meritorio.

CAPITULO V.

_Experiencias y raciocinios de ·mbos caminantes_.

TendiÛ Micromegas con mucho tiento la mano al sitio donde se vÌa el objeto, y alargando y encogiendo los dedos de miedo de equivocarse, y abriÈndolos luego y cerr·ndolos, agarrÛ con mucha maÒa el navÌo donde iban estos seÒores, y se le puso sobre la uÒa, sin apretarle mucho, por no estruxarle. Hete aquÌ un animal muy distinto del otro, dixo el enano de Saturno; y el Sirio puso el pretenso animal en la palma de la mano. Los pasageros y marineros de la tripulaciÛon, que se creÌan arrebatados por un hurac·n, y que pensaban haber barado en un baxÌo, estan todos en movimiento; cogen los marineros toneles de vino, los tiran · la mano de Micromegas, y ellos se tiran despues; agarran los geÛmetras de sus quartos de cÌrculo, sus sectores, y sus muchachas laponas, y se apean en los dedos del Sirio: por fin tanto se afan·ron, que sintiÛ que se meneaba una cosa que le escarabajeaba en los dedos, y era un garrote con un hierro · la punta que le clavaban hasta un piÈ en el dedo Ìndice: esta picazon le hizo creer que habia salido algo del cuerpo del animalejo que en la mano tenia; mas no pudo sospechar al principio otra cosa, pues su microscopio, que apÈnas bastaba para distinguir un navÌo de una ballena, no podia hacer visible un entecillo tan imperceptible como un hombre. No quiero zaherir aquÌ la vanidad de ninguno; pero ruego · la gente vanagloriosa que paren la consideracion en este lugar, y contemplen que suponiendo la estatura ordinaria de un hombre de cinco piÈs de rey, no hacemos mas bulto en la tierra que el que en una bola de diez piÈs de circunferencia hiciera un animal que tuviese un seiscientos mil avos de pulgada de alto. FigurÈmonos una substancia que pudiera llevar el globo terraq˙¸eo en la mano, y que tuviese Ûrganos an·logos · los nuestros, y es cosa muy factible que haya muchas de estas substancias; y colijamos que es lo que de las funciones de guerra, en que hemos ganado dos Û tres lugarejos que luego ha sido fuerza restituir, pensarian.

No me queda duda de que si algun capit·n de granaderos leyere esta obra, haga · su tropa que se ponga gorras dos piÈs mas altas; pero le advierto que, por mas que haga, siempre ser·n Èl y sus soldados unos infinitamente pequeÒos.

°QuÈ maravillosa maÒa hubo de necesitar nuestro filÛsofo de Sirio para atinar · columbrar los ·tomos de que acabo de hablar! Quando Leuwenhoek y Hartsoeker viÈron, Û creyÈron que vian, por la vez primera, la simiente de que somos formados, no fuÈ, ni con mucho, tan asombroso su descubrimiento. °QuÈ gusto el de Micromegas quando viÛ estas maquinillas menearse, quando examinÛ sus movimientos todos, y siguiÛ todas sus operaciones! °CÛmo clamaba! °con quÈ j˙bilo alargÛ · su compaÒero de viage uno de sus microscopios! ViÈndolos estoy, decian ·mbos juntos; contemplad como se cargan, como se baxan y se alzan. AsÌ decian, y les temblaban las manos de gozo de ver objetos tan nuevos, y de temor de perderlos de vista. Pasando el Saturnino de un extremo de confianza al opuesto de credulidad, se figurÛ que los estaba viendo ocupados en la propagacion. Ha, dixo el Saturnino, cogida tengo la naturaleza “con las manos en la masa.” EngaÒ·banle empero las apariencias, y asÌ sucede muy freq¸entemente, quando uno usa y quando no usa microscopios.

CAPITULO VI.

_De lo que les aconteciÛ con unos hombres_.

Muy mejor observador Micromegas que su enano, viÛ claramente que se hablaban los ·tomos, y se lo hizo notar · su compaÒero, el qual con la verg¸enza de haberse engaÒado acerca del artÌculo de la generacion, no quiso creer que semejante especie de bichos se pudieran comunicar ideas. Tenia el don de lenguas no mÈnos que el Sirio; y no oyendo hablar · nuestros ·tomos, suponia que no hablaban: y luego øcÛmo habian de tener los Ûrganos de la voz unos entes tan imperceptibles, ni quÈ se habian de decir? Para hablar es indispensable pensar; y si pensaban, tenian algo que equivalia al alma: y atribuir una cosa equivalente al alma · especie tan ruin, se le hacia mucho disparate. DÌxole el Sirio: øPues no creÌais, poco hace, que se estaban enamorando? øpensais que enamora nadie sin pensar, y sin hablar palabra, Û · lo mÈnos sin darse · entender? øÛ suponeis que es cosa mas f·cil hacer un chiquillo que un silogismo? A mÌ uno y otro me parecen impenetrables misterios. No me atrevo ya, dixo el enano, · creer ni · negar cosa ninguna; procuremos examinar estos insectos, y discurrirÈmos luego. °Que me place! respondiÛ Micromegas; y sacando unas tixeras, se cortÛ las uÒas, y con lo que cortÛ de la uÒa de su dedo pulgar hizo al punto una especie de bocina grande, como un embudo inmenso, y puso el caÒon al oido: la circunferencia del embudo cogia el navÌo y toda su tripulacion, y la mas dÈbil voz se introducia en las fibras circulares de la uÒa, de suerte que, merced de su industria, el filÛsofo de all· arriba oyÛ perfectamente el zumbido de nuestros insectos de ac· abaxo, y en pocas horas logrÛ distinguir las palabras, y entender al cabo el francÈs. Lo mismo hizo el enano, aunque no con tanta facilidad. Crecia por puntos el asombro de los dos viageros, al oir unos aradores hablar con bastante razon, y les parecia inexplicable este juego de la naturaleza. Bien se discurre que se morian el enano y el Sirio de deseos de entablar conversacion con los ·tomos; mas se temia el enano que su tenante voz, y mas aun la de Micromegas, atronara · los aradores sin que la oyesen. Trat·ron, pues de disminuir su fuerza, y para ello se pusiÈron en la boca unos mondadientes muy menudos, cuya punta muy afilada iba · parar junto al navÌo. Puso el Sirio al enano sobre sus rodillas, y encima de una uÒa el navÌo con la tripulacion; baxÛ la cabeza y hablÛ muy quedo, y despues de todas estas precauciones y otras muchas mas, dixo lo siguiente: Invisibles insectos que la diestra del Criador se plugo en producir en el abismo de los infinitamente pequeÒos, yo le bendigo porque se dignÛ manifestarme impenetrables secretos. Acaso nadie se dignar· de miraros en mi corte, pero yo · nadie desprecio, y os brindo con mi proteccion.

Si ha habido asombros en el mundo, ninguno ha llegado al de los que estas razones oyÈron decir, sin poder atinar de donde salian. RezÛ el capellan las preces de conjuros, vot·ron y reneg·ron los marineros, y fragu·ron un sistema los filÛsofos del navÌo; pero, por mas sistemas que imagin·ron, no les fuÈ posible atinar quien era el que les hablaba. EntÛnces les contÛ en breves palabras el enano de Saturno, que tenia mÈnos recia la voz que Micromegas, con que gente estaban hablando, y su viage de Saturno: les informÛ de quien era el seÒor Micromegas, y habiÈndose compadecido de que fueran tan chicos, les preguntÛ si habian vivido siempre en un estado tan rayano de la nada, y quÈ era lo que hacian en un globo que al parecer era peculio de ballenas; si eran dichosos, si tenian alma, si multiplicaban, y otras mil preguntas de este jaez.

Enojado de que dudasen si tenia alma, un raciocinador de la banda, mas osado que los demas, observÛ al interlocutor con unas pÌnulas adaptadas · un quarto de cÌrculo, midiÛ dos tri·ngulos, y al tercero le dixo asÌ: øCon que creeis, seÒor caballero, que porque teneis dos mil varas de piÈs · cabeza, sois algun?… °Dos mil varas! exclamÛ el enano, pues no se equivoca ni en una pulgada. °Con que me ha medido este ·tomo! °con que es geÛmetra, y sabe mi tamaÒo; y yo que no le puedo ver sin auxÓlio de un microscopio, no sÈ aun el suyo! Si, que os he medido, dixo el fÌsico, y tambien medirÈ al gigante compaÒero vuestro. AdmitiÛse la propuesta, y se acostÛ Su Excelencia por el suelo, porque estando en piÈ su cabeza era muy mas alta que las nubes; y nuestros filÛsofos le plant·ron un ·rbol muy grande en cierto sitio que Torres Û Quevedo hubiera nombrado por su nombre, pero que yo no me atrevo · mentar, por el mucho respeto que tengo · las damas; y luego por una serie de tri·ngulos, conexÙs unos con otros, coligiÈron que la persona que median era un mancebito de ciento y veinte mil piÈs de rey.

ProrumpiÛ entÛnces Micromegas en estas razones: Ya veo que nunca se han de juzgar las cosas por su aparente magnitud. O Dios, que diste la inteligencia · unas substancias que tan despreciables parecen, lo infinitamente pequeÒo no cuesta mas · tu omnipotencia que lo infinitamente grande; y si es dable que haya otros seres mas chicos que estos, acaso tendr·n una inteligencia superior · la de aquellos inmensos animales que he visto en el cielo, y que con un piÈ cubririan el globo entero donde ahora me encuentro.

RespondiÛle uno de los filÛsofos que bien podia creer, sin que le quedase duda, que habia seres inteligentes mucho mas chicos que el hombre, y le contÛ, no las f·bulas que nos ha dexado Virgilio sobre las abejas, sino lo que Swammerdam ha descubierto, y lo que ha disecado Reaumur. InstruyÛle luego de que hay animales que son, con respecto · las abejas, lo que son las abejas con respecto al hombre, y lo que era el Sirio propio con respecto · aquellos animales tan corpulentos de que hablaba, y lo que son estos grandes animales con respecto · otras substancias ante las quales parecen imperceptibles ·tomos. Poco · poco fuÈ haciÈndose interesante la conversacion, y dixo asÌ Micromegas.

CAPITULO VII.

_Conversacion con los hombres_.

O ·tomos inteligentes, en quien se plugo el eterno Ser en manifestar su arte y su potencia, sin duda que en vuestro globo disfrutais contentos purÌsimos; pues teniendo tan poca materia y pareciendo todos espÌritu, debeis emplear vuestra vida en amar y pensar, que es la verdadera vida de los espÌritus. En parte ninguna he visto la verdadera felicidad, mas estoy cierto de que esta es su mansion. EncogiÈronse de hombros al oir este razonamiento los filÛsofos todos; y mas ingenuo uno de ellos confesÛ sinceramente que, exceptuando un cortÌsimo n˙mero de moradores poquisimo apreciados, todo lo demas es una c·fila de locos, de perversos y desdichados. Mas materia tenemos, dixo, de la que es menester para obrar mal, si procede el mal de la materia, y mas inteligencia, si proviene de la inteligencia. øSabeis por exemplo que · la hora esta cien mil locos de nuestra especie, que llevan sombreros, estan matando · otros cien mil animales cubiertos de un turbante, Û muriendo · sus manos, y que asÌ es estilo en toda la tierra, de tiempo inmemorial ac·? HorrorizÛse el Sirio, y preguntÛ el motivo de tan horribles contiendas entre animalejos tan ruines. Tr·tase, dixo el filÛsofo, de unos pedacillos de tierra tamaÒos como vuestro piÈ, y no porque ni uno de los millones de hombres que pierden la vida solicite un terron siquiera de dicho pedazo; que se trata de saber si ha de pertenecer · cierto hombre que llaman Sultan, Û · otro que apellidan CÈsar, no sÈ por quÈ. Ninguno de los dos ha visto ni ver· nunca el rinconcillo de tierra que est· en litigio; ni mÈnos casi ninguno de los animales que recÌprocamente se asesinan ha visto tampoco al animal por quien asesina.

°Desventurados! exclamÛ indignado el Sirio: øcÛmo es posible imaginar tan furioso frenesÌ? Arranques me vienen de dar tres pasos, y con tres patadas estruxar todo ese hormiguero de ridÌculos asesinos. No os tomÈis ese trabajo, le respondiÈron, que sobrado se afanan ellos en labrar su ruina. Sabed que dentro de diez aÒos no quedar· en vida el diezmo de estos miserables; y que, aun sin sacar la espada, casi todos se los lleva la hambre, la fatiga, Û la destemplanza, aparte de que no son ellos los que merecen castigo, sino los ociosos despiadados, que metidos en su gabinete mandan, miÈntras digieren la comida, degollar un millon de hombres, y dan luego solemnes acciones de gracias · Dios. SentÌase el caminante movido · piedad del mezquino linage humano, en el qual tantas contradicciones descubria. Siendo vosotros, dixo · estos seÒores, del corto n˙mero de sabios que sin duda · nadie matan por dinero, os ruego que me digais quales son vuestras ocupaciones. Disecamos moscas, respondiÛ el filÛsofo, medimos lÌneas, combinamos n˙meros, estamos conformes acerca de dos Û tres puntos que entendemos, y divididos sobre dos Û tres mil que no entendemos. OcurriÛles al Sirio y al Saturnino hacer preguntas · los ·tomos pensadores, para saber sobre quÈ estaban acordes. øQuÈ distancia hay, dixo este, desde la estrella de la CanÌcula hasta la grande de GÈminis? RespondiÈronle todos juntos: Treinta y dos grados y medio.–øQuanto dista de aquÌ la luna?–Sesenta semi-di·metros de la tierra.–øQuanto pesa vuestro ayre? CreÌa haberlos cogido; pero todos le dixÈron que pesaba novecientas veces mÈnos que el mismo volumen del agua mas ligera, y diez y nueve mil veces mÈnos que el oro. AtÛnito el enanillo de Saturno con sus respuestas, estaba tentado · creer que eran m·gicos aquellos mismos · quienes un quarto de hora ·ntes les habia negado la inteligencia.

DÌxoles finalmente Micromegas: Una vez que tan puntualmente sabeis lo que hay fuera de vosotros, sin duda que mejor todavÌa sabrÈis lo que hay dentro: decidme pues quÈ cosa es vuestra alma, y cÛmo se forman vuestras ideas. Los filÛsofos habl·ron todos · la par, como ·ntes, pero todos fuÈron de distinto parecer. CitÛ el mas anciano · AristÛteles, otro pronunciÛ el nombre de Descartes, este el de Malebranche, aquel el de Leibnitz, y el de Locke otro. El anciano peripatÈtico dixo con toda confianza: El alma es una _entelechÓa_, una razon en virtud de la qual tiene la potencia de ser lo que es; asÌ lo dice expresamente AristÛteles, p·g. 633 de la edicion del Louvre: _Entelexeia esti_, etc. No entiendo el griego, dixo el gigante. Ni yo tampoco, respondiÛ el arador filosÛfico. øPues · quÈ citais, replicÛ el Sirio, · ese AristÛteles en griego? Porque lo que uno no entiende, repuso el sabio, lo ha de citar en lengua que no sabe.

TomÛ el hilo el cartesiano, y dixo: Es el alma un espÌritu puro que en el vientre de su madre ha recibido todas las ideas metafÌsicas, y que asÌ que sale de Èl se vÈ precisada · ir · la escuela, y aprender de nuevo lo que tan bien sabia y que nunca volver· · saber. Pues est·s medrado, respondiÛ el animal de ocho leguas, con que supiera tanto tu alma quando estabas en el vientre de tu madre, si habia de ser tan ignorante quando fueras t˙ hombre con barba. øY quÈ entiendes por espÌritu? øQuÈ es lo que me preguntais? dixo el discurridor, no tengo idea ninguna de Èl: dicen que lo que no es materia.–øY sabes lo que es materia? Eso sÌ, respondiÛ el hombre. Esa piedra por exemplo es parda, y de tal figura, tiene tres dimensiones, y es grave y divisible. AsÌ es, dixo el Sirio; øpero esa cosa que te parece divisible, grave y parda, me dir·s quÈ es? Algunos atributos vÈs, pero øel sosten de estos atributos le conoces? No, dixo el otro. Luego no sabes quÈ cosa sea la materia.

DirigiÈndose entÛnces el seÒor Micromegas · otro sabio que encima de su dedo pulgar tenia, le preguntÛ quÈ era su alma, y quÈ hacia. Cosa ninguna, respondiÛ el filÛsofo malebranchista; Dios es quien lo hace todo por mÌ; en Èl lo veo todo, en Èl lo hago todo, y Èl es quien todo lo hace sin cooperacion mia. Tanto monta no exÓstir, replicÛ el filÛsofo de Sirio. øY t˙, amigo, le dixo · un leibniziano que allÌ estaba, quÈ dices? øquÈ es tu alma? Un puntero de relox, dixo el leibniziano, que seÒala las horas miÈntras las toca mi cuerpo; Û bien, si os parece, el alma las toca miÈntras el cuerpo las seÒala; Û mi alma es el espejo del universo, y mi cuerpo el marco del espejo: todo esto es claro.

Est·balos oyendo un sectario de Locke, y quando le tocÛ hablar, dixo: Yo no sÈ como pienso, lo que sÈ es que nunca he pensado como no sea por medio de mis sentidos. Que haya substancias inmateriales È inteligentes, no pongo duda; pero que no pueda Dios comunicar la inteligencia · la materia, eso lo dudo mucho. Respeto el eterno poder, y sÈ que no me compete limitarle; no afirmo nada, y me ciÒo · creer que hay muchas mas cosas posibles de lo que se piensa.

SonriÛse el animal de Sirio, y le pareciÛ que no era este el mÈnos cuerdo; y si no hubiera sido por la mucha desproporcion, hubiera dado un abrazo el enano de Saturno al sectario de Locke. Por desgracia se encontraba en la banda, un animalucho con un bonete en la cabeza, que cortando el hilo · todos los filÛsofos dixo que Èl sabia el secreto, que se hallaba en la Suma de Santo Tomas; y mirando de pies · cabeza · los dos moradores celestes, les sustentÛ que sus personas, sus mundos, sus soles y sus estrellas, todo habia sido criado para el hombre. Al oir tal sandez, nuestros dos caminantes hubiÈron de caerse uno sobre otro, pereciÈndose de aquella inextinguible risa que, segun Hornero, cupo en suerte · los Dioses; iba y venia su barriga y sus espaldas, y en estas idas y venidas se cayÛ el navio de la uÒa del Sirio en el bolsillo de los calzones del Saturnino. Busc·ronle ·mbos mucho tiempo; al cabo top·ron la tripulacion, y la metiÈron en el navio lo mejor que pudiÈron. CogiÛ el Sirio · los aradorcillos, y les hablÛ con mucha afabilidad, puesto que estaba algo mohino de ver que unos infinitamente pequeÒos tuvieran una vanidad casi infinitamente grande. PrometiÛles que compondria un libro de filosofÌa escrito de letra muy menuda para su uso, y que en Èl verian el porque de todas las cosas; y con efecto ·ntes de irse les diÛ el prometido libro, que llev·ron · la academia de ciencias de Paris. Mas quando le abriÛ el secretario, se hallÛ con que estaba todo en blanco, y dixo: _ha, ya me lo presumia yo_.

_Fin de la historia de Micromegas_.

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HISTORIA

DE UN BUEN BRAMA.

En mis viages encontrÈ un brama anciano, sugeto muy cuerdo, instruido y discreto, y con esto rico, cosa que le hacia mas cuerdo; porque, como no le faltaba nada, no necesitaba engaÒar · nadie. Gobernaban su familia tres mugeres muy hermosas, cuyo esposo era; y quando no se recreaba con sus mugeres, se ocupaba en filosofar. Vivia junto · su casa que era hermosa, bien alhajada y con amenos jardines, una India vieja, beata, tonta, y muy pobre.

DÌxome un dia el brama: Quisiera no haber nacido. PreguntÈle porque, y me respondiÛ: Quarenta aÒos ha que estoy estudiando, y todos quarenta los he perdido; enseÒo · los demas, y lo ignoro todo. Este estado me tiene tan aburrido y tan descontento, que no puedo aguantar la vida: he nacido, vivo en el tiempo, y no sÈ quÈ cosa es el tiempo; me hallo en un punto entre dos eternidades, como dicen nuestros sabios, y no tengo idea de la eternidad; consto de materia, pienso, y nunca he podido averiguar la causa eficiente del pensamiento; ignoro si es mi entendimiento una mera facultad, como la de andar y digerir, y si pienso con mi cabeza lo mismo que palpo con mis manos. No solamente ignoro el principio de mis pensamientos, mas tambiÈn se me esconde igualmente el de mis movimientos: no sÈ porque exÓsto, y no obstante todos los dias me hacen preguntas sobre todos estos puntos; y como tengo que responder por precision y no sÈ quÈ decir, hablo mucho, y despues de haber hablado me quedo avergonzado y confuso de mÌ propio. Peor es todavÌa quando me preguntan si Brama fuÈ producido por Visn˙, Û si ·mbos son eternos. A Dios pongo por testigo de que no lo sÈ, y bien se echa de ver en mis respuestas. Reverendo padre, me dicen, explicadme como el mal inunda la tierra entera. Tan adelantado estoy yo como los que me hacen esta pregunta: unas veces les digo que todo est· perfectÌsimo; pero los que han perdido sus caudales y sus miembros en la guerra no lo quieren creer, ni yo tampoco, y me vuelvo · mi casa abrumado de mi curiosidad y mi ignorancia. Leo nuestros libros antiguos, y me ofuscan mas las tinieblas. Hablo con mis compaÒeros: unos me aconsejan que disfrute de la vida, y me rÌa de la gente; otros creen que saben algo, y se descarrian en sus desatinos; y todo aumenta la angustia que padezco. Muchas veces estoy · pique de desesperarme, contemplando que al cabo de todas mis investigaciones no sÈ ni de donde vengo, ni quÈ soy, ni adonde irÈ, ni quÈ he de ser.

CausÛme l·stima de veras el estado de este buen hombre, que no habia otro de mas razon, ni mas ingenuo; y me convencÌ de que eso mas era desdichado que mas entendimiento tenia, y era mas sensible.

Aquel mismo dia visitÈ · la vieja vecina suya, y le preguntÈ si se habia apesadumbrado alguna vez por no saber quÈ era su alma; y ni siquiera entendiÛ mi pregunta. Ni un instante en toda su vida habia reflexÓonado en uno de los puntos que tanto atormentaban al brama; creÌa con toda su alma en las transformaciones de Visn˙, y se tenia por la mas dichosa muger, con tal que de quando en quando tuviese agua del Ganges para baÒarse.

AtÛnito de la felicidad de esta pobre muger, me volvÌ · ver con mi filÛsofo, y le dixe: øNo teneis verg¸enza de vuestra desdicha, quando · la puerta de vuestra casa hay una vieja autÛmata que en nada piensa, y vive contentÌsima? Razon teneis, me respondiÛ; y cien veces he dicho para mÌ, que seria muy feliz si fuera tan tonto como mi vecina, mas no quiero gozar semejante felicidad.

Mas golpe me diÛ esta respuesta del brama, que todo quanto primero me habia dicho; y ex‚min·ndome · mÌ propio, vÌ que efectivamente no quisiera yo ser feliz · trueque de ser un majadero. Propuse el caso · varios filÛsofos, y todos fuÈron de mi parecer. No obstante, decia yo entre mÌ, rara contradiccion es pensar asÌ, porque al cabo lo que importa es ser feliz, y nada monta tener entendimiento, Û ser necio. Mas digo: los que viven satisfechos con su suerte bien ciertos estan de que viven satisfechos; y los que discurren no lo estan de que discurren bien. Luego cosa es clara, aÒadia yo, que debiera uno escoger no tener migaja de razon, si en algo contribuye la razon · nuestra infelicidad. Todo el mundo fuÈ de mi mismo dict·men, mas ninguno hubo que quisiese entrar en el ajuste de volverse tonto por vivir contento. De aquÌ saco que si hacemos mucho aprecio de la felicidad, mas aprecio hacemos todavÌa de la razon. Mas, reflexÓon·ndolo bien, parece que preferir la razon · la felicidad, es garrafal desatino. øPues cÛmo hemos de explicar esta contradiccion? Lo mismo que todas las demas, y seria el cuento de nunca acabar.

_Fin de la historia de un buen Brama_.